Fin en San Andrés de la Barca. Fue bonito mientras duró: seis meses justos. No es fácil, es muy difícil llegar a tan gran armonía, a tan buena armonía en un centro. Casi ocho años batallando por los andurriales de los institutos del país… y un disco rayado, cuando no por un flanco por otro, es la tónica dominante. Efectivamente, la primera vez que hablo tan bien de un instituto a lo largo de mi trayectoria. Y no sólo bien. Por su carácter singular, atípico, prácticamente inencontrable, diría que he trabajado entre los blancos algodones de una oculta utopía. Si no lo vivo no lo creo. Formidable cercanía con todo el personal en nómina. Con todos. En todos los niveles. Desde conserjería y secretaría, pasando por cada uno de los departamentos del profesorado, e incluso deteniéndome en el equipo directivo al completo. No sólo he tenido risas con todos, sino carcajadas. No puede pedirse más. Si no lo vivo no lo creo. Y sobre la diaria docencia a pie de pupitre, tan sólo me ha faltado apuntalar la optativa de Literatura de 2º de Bachillerato, esa agreste fosforescencia domesticada. Siempre recordaré, por otro lado, las positivas consecuencias de una gran fundida general, muy a tiempo, en una tanda de exámenes de 4º de ESO, en el grupo de «los listos». El grupo, ensoberbecido por sus grandes notas, ya no prestaba atención. Gran lección de humildad por el rapapolvo de un examen en su justo momento. Ahí tenía ya a los chavales, atendiendo con la picardía que he intentado insuflarles.
Sí, ha sido muy grato mi paso por este instituto de Sant Andreu de la Barca. Sensación de que el alumnado aprende, de que asume, con placer, mi estilo. Y hoy, nuevos nombramientos, nuevos institutos. El pez que se muerde la cola.
Fragmento perteneciente a DIETARIO EN RED 2009-2010
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