Salió a la calle tal como estaba. Únicamente cogió las llaves. Se avecinaban las diez de la noche. Avanzaba por Escudellers, camino de la Rambla, disfrutando de cada paso, aspirando ruidosamente el olor del suelo empapado, como si las emanaciones que propiciaba la lluvia lo colmaran de más vida.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 57).