Al niño que cantaba flamenco le arreó una coz una golfa borracha. El único comentario fue un comentario puritano.
-¡Caray, con las horas de estar bebida! ¿Qué dejará para luego?
El niño no se cayó al suelo, se fue de narices contra la pared. Desde lejos dijo tres o cuatro verdades a la mujer, se palpó un poco la cara y siguió andando. A la puerta de otra taberna volvió a cantar.
El niño no tiene cara de persona, tiene cara de animal doméstico, de sucia bestia, de pervertida bestia de corral. Son muy pocos sus años para que el dolor haya marcado aún el navajazo del cinismo -o de la resignación- en su cara, y su cara tiene una bella e ingenua expresión estúpida, una expresión de no entender nada de lo que pasa. Todo lo que pasa es un milagro para el gitanito, que nació de milagro, que come de milagro, que vive de milagro y que tiene fuerzas para cantar de puero milagro.
Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los días. El año tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño, invierno. Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de orinar.
Fragmento perteneciente a la novela de Camilo José Cela, La colmena (pág. 82).
Escritos míos donde aparece Camilo José Cela:
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Artículos fronterizos: (iBookstore, Amazon, Tagus, Kobo, Nook)
En la tumba de Camilo José Cela: (iBookstore, Tagus, Google Play)