Un ejemplo de maldad gratuita

La maldad que acecha. ¿Recuerdan ustedes el hermoso párrafo de mi entradilla del pasado domingo, 5 de agosto? Por si no lo recuerdan, coloco su captura de imagen a continuación:

Elogio respondido con veneno, con maldad

Sí, a nuestro favor, en líneas generales, salvo en los casos particulares en que acecha la maldad de esa misma naturaleza humana. Resulta que al día siguiente, el lunes, anteayer, esta misma mujer encantadora cometió conmigo tal maldad que da vergüenza ajena explicarla. Incluso cuesta creer. Su maldad podría tomarse como una de mis exageradas metáforas. Afortunadamente, tengo la prueba de la maldad de esta mujer encantadora en mi teléfono móvil, para que los ojos de mis íntimos vean y crean. Sí, en mi teléfono móvil, en la radiografía escrita que proporciona la red de mensajería instantánea WhatsApp, la prueba de la maldad de esta mujer encantadora, una maldad mantenida paso a paso a lo largo de más de tres meses, de los cuales, el primer paso tras su retorno fue una fotografía de sus largas piernas hasta la mismísima raya del chichi. Sin embargo, en la prolongada conversación del WhatsApp, como es natural, no aparece ni remotamente el tema del sexo. Esta mujer encantadora utilizó mi confianza en ella, la misma que depositan en ella todos sus clientes, para fríamente cumplir su objetivo en la fecha que ella misma eligió, un día después de su cumpleaños. La ironía del destino es que la larga conversación mantenida con ella en WhatsApp es ya un documento que prueba, objetivamente, que esta mujer encantadora es una persona repugnante. Efectivamente, esta mujer encantadora tiene todos los números para convertirse en personaje de uno de mis cuentos de malditos. Un descubrimiento tardío, una conclusión tras mi enriquecedora experiencia con ella: el mejor impermeable contra la cortesía masculina, contra la ternura masculina, contra el limpio encantamiento masculino, es ser lesbiana.

Dado el perfil profesional de esta mujer encantadora, podría descubrir aquí, como aviso para navegantes, el nombre de su empresa, que es de servicio público, o su propio nombre y apellidos. ¿Para qué? A mí no me gusta perjudicar ni siquiera a las personas que me cocean con su maldad. Bastante tiene esta mujer encantadora con lo que tiene encima: el sufrimiento de un cuerpo que no deja de producirle dolor físico y desequilibrios mentales.

Lo que sí que he hecho, a modo de prevención, ha sido bloquear su cuenta en mi cuenta de Facebook, tanto su cuenta individual como su cuenta profesional, para que no tenga tan sencillo el acceso a un material que ya viene usurpando, y que no enlaza a su cuenta individual (algo legítimo), sino a la profesional, con lo que su empresa se apunta unos tantos comunicativos conseguidos por otros profesionales de su mismo ramo.  Y no solo ha hecho esto en su cuenta de empresa de Facebook, sino también en su cuenta de empresa de Instagram. Espero que con su borrado depure su error, quién sabe si provocado por las palabras necesidad y orgullo, que no economía, puesto que su tren de vida nos obliga a colegir que no necesita para vivir ninguna profesión.

Tenemos a otra persona más que se amontona en el saco cruel de los «hipócritas de mierda». Y a mí, sin escarmentar. Porque esta es la segunda vez que le retiro mi amistad virtual en Facebook a esta mujer encantadora, a la que volví tras un fuerte acceso de melancolía. Efectivamente, esta mujer encantadora siempre me dará pena. Sin embargo, como me diría mi madre: «No sabes de la que te has librado, Antonio». No lo sé, pero me lo figuro.

Como otra lección más de gato escaldado, como otra lección más de perro apaleado, lo que hay que hacer, queridos navegantes, frente a las personas encantadoras, es recordar el cuadro de H. J. Draper, el titulado Ulises y las sirenas, en el que aparece Ulises (Odiseo) amarrado al mástil de su barco, para no sucumbir al encantamiento:

Cuadro de H. J. Draper, titulado Ulises y las sirenas (para no caer en la maldad de la gente)