Revista Fogosa Miscelánea, nueva página web

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Revista Fogosa Miscelánea

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Fragmento de su Presentación: «Esta revista nace con el objeto de promocionar el uso del registro literario de la lengua en obras literarias. Podría parecer un contrasentido, pero no es así. Desde la década de los ochenta del siglo pasado, las publicaciones de obras literarias en cantidades industriales son un hecho que se constata de manera evidente. A día de hoy, casi tres décadas después, como consecuencia de esto, el uso lingüístico habitual de las obras literarias publicadas en España utiliza el registro informativo de la lengua, no el registro literario. De aquí a poder decir que las obras literarias publicadas en España son una ordinariez, solo hay un paso. Ordinariez en el sentido de cotidiano, habitual, común, rutinario, sin signos distintivos, sin estilo. Al surgir la palabra estilo es inevitable que me acuerde de las figuras estilísticas, o retóricas, que aparecen en todos los manuales de Lengua castellana de la enseñanza secundaria que tenemos. Los ejemplos de determinadas figuras estilísticas solo se ciñen en autores nacidos antes de mediados del siglo XX, partiendo de autores grecorromanos. Es natural. Y también es un ejemplo de pobreza, de ausencia de referentes contemporáneos, anunciando estilo literario, entre nuestros estudiantes con edades comprendidas entre los doce y los diecisiete años. Y estos estudiantes son el futuro». El contenido es el siguiente: Luces de bohemia (teatro), de Ramón María del Valle-Inclán. Madrigal apasionado (poesía), de Federico García Lorca. Curva menguante (narrativa), Contra la independencia de Cataluña (artículo de opinión), En la tumba de Camilo José Cela (crónica literaria), León (crónica de viajes), Cementerio de las moreras, Barcelona (crónica social y política), de Antonio Gálvez Alcaide. La crónica «Cementerio de las moreras, Barcelona» incluye un reportaje fotográfico partiendo de enlaces, que son directos en formato digital. En formato papel, las direcciones de estos enlaces se presentan, ordenadas, en la sección Apéndice.

El nacionalismo y Pío Baroja (y XVI)

(El nacionalismo y Pío Baroja, decimosexta y última entrega)

Baroja paseando en el Retiro madrileño, de la serie "El nacionalismo y Pío Baroja"

Pío Baroja en el Parque del Retiro de Madrid.

Peor aún que la doctrina nacionalista me parece el procedimiento de los catalanistas. ¿En dónde, en qué está legitimada la campaña antiespañola que ha hecho durante muchos años el catalanismo? Yo he visto en periódicos extranjeros cómo se insultaba a los españoles estúpidamente, y sabía de dónde salían esos artículos publicados en periódicos italianos y franceses; he visto disfrazar la historia y la antropología, y todo con móviles mezquinos y bajos.
(…) Hoy, al lado del sabio, no está el sacerdote, ni el guerrero; hoy, al lado del sabio, marcha junto a él, muchas veces delante de él, el revolucionario. Alguno preguntará: ¿Qué consecuencia se puede deducir de sus palabras? La consecuencia que yo obtengo es esta: Cataluña es, hoy por hoy, un pueblo grande, un pueblo culto, que no ha encontrado los directores espirituales que necesita; que no ha encontrado sus escritores, ni sus artistas, porque una nube de ambiciosos y petulantes, más petulantes y ambiciosos que los que padecemos en Madrid, han venido a encaramarse sobre el tablado de la política y de la literatura y a pretender dirigir el país. Estos geniecillos pedantescos, estos Lloyd Georges de guardarropía, son los que necesitan cerrar la puerta de su región y de su ciudad a los forasteros; son los que necesitan un pequeño escalafón cerrado, en donde se ascienda pronto y no haya miedo a los intrusos; son los que quieren reservarse un trozo de tierra, hoy que nosotros creemos que la tierra debe ser de todos. ¿Y el remedio?, preguntará el que esté conforme conmigo. El remedio es uno: destruir, destruir siempre en la esfera del pensamiento. No hay que aceptar nada sin examen; todo hay que someterlo a la crítica: prestigios, intenciones, facultades, famas…
(…) Voy a concluir, porque estoy cansado de tener la pluma entre los dedos. No pretendo ser exacto; sé que soy arbitrario, pero me basta con ser sincero. Yo no llamo revolución a herir o a matar; yo llamo revolución a transformar.
(…) Que nuestra inteligencia sea como la reja que destroza la dura corteza del suelo. Que nuestro sentimiento crítico sea como el ojo del labrador que sabe distinguir la cizaña del trigo. Destruid y cread alternativamente y el porvenir de España y el porvenir de Cataluña será nuestro.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 100).

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El nacionalismo y Pío Baroja (XV)

(El nacionalismo y Pío Baroja, decimoquinta entrega)

Pío Baroja, junto al mar de San Sebastián. (De la serie "El nacionalismo y Pío Baroja").

Pío Baroja, junto al mar de San Sebastián.

Además, el nacionalismo lleva un cargamento histórico que la masa popular, con un gran sentido de la realidad, mira con un desdén absoluto. La masa popular es radical, es antitradicionalista, es antihistórica, y tiene razón. Su instinto le hace comprender que en la tradición está su enemigo. El hombre que vive en el pasado no ama el presente y quiere vaciar casi siempre el porvenir en el molde de lo pretérito. Nosotros, no; nosotros no queremos ocuparnos del pasado, no queremos saber las fases que han servido de etapas al martirologio del pueblo. La Humanidad ha levantado dos grandes construcciones: la Historia y la Ciencia. La Historia es como un río, tan pronto claro, tan pronto turbio, que viene de la oscuridad de las edades lejanas; la Ciencia es la construcción sólida de la Humanidad, la única bienhechora; ella, poco a poco, a medida que avanza, nos va dando el pan del cuerpo y del espíritu, y va alejando de nuestro lado las enfermedades y la muerte.
(…). Sí, la ciencia es sagrada; podremos comprenderla o no; podrá estar por encima de nosotros, pero no importa, es nuestra protectora, es nuestra madre. La historia, no; la historia es traidora, la historia es reaccionaria, la historia trata de escarmentarnos con el ejemplo; pero, afortunadamente, los pueblos no tienen memoria y olvidan a los tiranos y olvidan a sus verdugos. Es la manera mejor de vengarse de ellos.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 96).

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Portada del número 1 de la REVISTA FOGOSA MISCELÁNEA

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El nacionalismo y Pío Baroja (XIV)

(El nacionalismo y Pío Baroja, decimocuarta entrega)

Pío Baroja en Itzea, en 1918. (De la serie "El nacionalismo y Pío Baroja").

Pío Baroja en Itzea, en 1918.

Yo no creo que haya nada útil, nada aprovechable, en el nacionalismo; no me parece, ni mucho menos, el régimen del porvenir. Si ya a los hombres nos empieza a pesar el ser nacionales; si ya comenzamos a querer ser solo humanos, solo terrestres, ¿cómo vamos a permitir que nos subdividan más, y el uno sea catalán, y el otro castellano, y el otro gallego como una obligación?
Porque ahora lo somos todos, claro, según nuestro nacimiento; pero yo, vascongado, voy a vivir a Madrid y soy un madrileño, sin necesidad de exigirme expediente, y el aragonés, o el valenciano, o el gallego que viene a vivir a Barcelona es un catalán como el que haya nacido en Reus o en Gerona.
(…) ¿Y por qué obligar al que se siente castellano o aragonés, que es una tierra de trigo, de viñas y de olivos, a identificarse con el vasco verdadero, de una tierra de maíz y de manzanos?
No, yo no veo en el nacionalismo como un régimen del porvenir; podrá ser un camino en países constituidos por razas distintas: en Austria, por ejemplo, en donde los checos luchan contra los sajones; en Rusia, donde los polacos luchan contra los eslavos; en los Balcanes, en Finlandia, en Irlanda; ¡pero aquí!, aquí no tiene razón de ser y creo que en el fondo no tiene tampoco raíz; creo que en el fondo no se sostiene más que por rivalidades personales, por celos de unos personajes contra otros, por ver el modo de quitarse la parroquia mutuamente.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 96).

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El nacionalismo y Pío Baroja (XIII)

(El nacionalismo y Pío Baroja, decimotercera entrega)

Billete de Pío Bajoja, de 1978 (en la serie sobre el nacionalismo)

Curioso billete de 25 pesetas (cinco duros).

Así, como decía antes, que era muy posible que no hubiese problema catalán, creo también muy posible que no haya dentro de ese problema, si lo hay, cuestión de rivalidad de lenguas.

La cuestión del predominio del idioma se ha de resolver por el tiempo. El castellano se ha convertido en español y hasta en hispanoamericano; es una lengua tan nuestra como de los demás españoles, tan del catalán como del gallego o del vascongado.

(…) Hace unos días se decía que los yaquis querían proponer el español como un idioma universal. ¿Y no sería estúpido hacer perder la extensión de una lengua, que es también de uno, por un prurito de amor propio? Dar a entender, como lo hacen los catalanistas, que el castellano se conserva en Cataluña por la presión oficial, es un absurdo. Aquí, en Barcelona, se han hecho en estos últimos tres o cuatro años grandes Enciclopedias; pero se han hecho en español, y es natural, porque es la única manera de tener la venta en América, porque el interés de todas las regiones españolas es hacer del español una lengua expansiva.

Ante los hechos es ridículo afirmar es despotismo central en la cuestión del idioma. Es naturalísimo que de los cuatro o cinco idiomas nacionales haya preponderado uno, y esto ha pasado en Francia y en otros países, y esto pasa en España; pero el Estado no ha hecho presión aquí y, si la ha hecho, no ha sido tan enérgica como la han hecho en Francia, en Alemania y en Inglaterra, con sus idiomas regionales.

(…) Todos los pueblos que caen quieren regiones más o menos separatistas, porque el separatismo es el egoísmo, es el sálvese el que pueda de las ciudades, de las provincias o de las regiones.

Ya sé que no se puede hablar hoy de separatismo, porque los nacionalistas, aun los más absolutos, no quieren llamarse así. ¿Pero esta es una cordialidad que debemos agradecer o es el reconocimiento de que no se puede vivir separados? ¿Es un mérito o es el convencimiento de que no se pueden cortar los lazos con que nos une a los españoles, sobre todo, la geografía?

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 92).

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El nacionalismo y Pío Baroja, un inciso sobre arquitectura (XII)

(El nacionalismo y Pío Baroja, duodécima entrega, en un inciso)

Pío Baroja, mirando desde arriba. Entradilla en un inciso sobre el nacionalismo

Pío Baroja, asomado. Parece que nos esté diciendo: «Buenos días, buenos días».

Esta ciudad está orgullosa de sus artes suntuarias y se considera bien ornamentada. Yo os diré que la arquitectura barcelonesa me parece aparatosa y petulante. (…).
Entre nosotros, los arquitectos, con un sentido que me parece bárbaro, quieren ser individualistas; así cada cual se va por los cerros de Úbeda; así hay casa en Barcelona que parece una caverna, otras que tienen el aire de un animal vivo, de un cangrejo puesto de pie o de una montaña de caracoles. (…).
Yo no quisiera vivir en una de esas casas que tienen las puertas parabólicas y los balcones torcidos y las ventanas irregulares; me parecería que me había vuelto loco o que me encontraba preso de los ensueños de una digestión difícil.
Decía el poeta José Carner, cuando yo abominaba de estas puertas parabólicas, que mi enemiga contra ellas era de salvaje. Yo creo que no, que es de civilizado. Esa forma de puertas repugna al sentimiento del equilibrio y de armonía que llevamos dentro.
No soy partidario de lo que se considera aquí como arquitectura artística; primero, porque no representa nuestra época; después, porque estas casas no son absolutamente higiénicas. (…).
Comparad la Sagrada Familia con la Catedral, y esa apreciable familia os parecerá completamente grotesca; comparad cualquiera de los palacios nuevos con la Audiencia o con la torre que hay en esa plaza que creo que se llama de Santa Ana, tan sencilla, tan esbelta, tan armónica.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 84).

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El nacionalismo y Pío Baroja (XI)

(El nacionalismo y Pío Baroja, undécima entrega)

Pío Baroja, algo despistado (en entregas sobre el nacionalismo)

Pío Baroja aparentemente despistado.

Si estas palabras las oye un redactor de La Publicidad, dirá, como decía ayer, que yo no tengo ni memoria ni lógica, y no tengo ninguna de estas cosas importantes, porque antes hablé del semitismo de los catalanes y el otro día dije que Barcelona es la forja donde se funden los ideales colectivos de la España del porvenir.

Yo no veo aquí la falta de lógica. Yo dije que en Cataluña había espíritu judío, y es verdad; yo lo sigo creyendo; este espíritu judío está en muchos comerciantes ricos catalanes, está en muchos de esos hombres que han empujado a España a una guerra imbécil en Melilla; está en los que, después de explotar a rincones desgraciados de nuestro país, han tenido la estupidez de desear que España desaparezca y de gritar muera España, como si se pudiera desear la muerte de un país noble y desgraciado.

Yo no he hablado nunca mal del pueblo de Barcelona; he hablado mal principalmente de sus magnates, de esos señores que han despedido a los soldados con un escapulario y una cajetilla; he hablado de sus intelectuales, que me han parecido pedantes, afectados, mezquinos, y he dicho que tienen espíritu judío; lo he dicho y creo que lo seguiré diciendo, si así me lo parece.

Que yo he afirmado en una novela mía que Prim se parecía a un bandolero y ahora alabo a Prim, dice La Publicidad. No; asegurado así es de mala fe.

En una novela mía un personaje lo dice; yo, no. Pero aunque lo dijera yo, yo no tengo inconveniente en admirar a un bandido. Entre un bandido y un gran comerciante, yo casi prefiero al bandido. El uno roba en el camino real y el otro roba con el libro de cuentas.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 81).

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El nacionalismo y Pío Baroja (X)

(El nacionalismo y Pío Baroja, décima entrega)

Foto incluida en la serie sobre el nacionalismo catalán

Pío Baroja, muerto

Yo lo digo, porque lo creo así; para mí vuestros intelectuales y vuestros políticos no han estado a vuestra altura; ni os han descubierto, ni os han estudiado, ni os han dado beligerancia ante el mundo. Yo lo decía con indignación de los catalanistas. Cataluña y Barcelona se conocen en el mundo, más que nada, por sus revueltas románticas, por el ansia de ideal de su población proletaria.

(…). Barcelona que, por su aspecto, por su sentido colectivo y por su población obrera es una gran ciudad, es, por sus intelectuales, por sus genios catalanistas, de una mezquindad bastante grande, de una cursilería bastante pintoresca.

Yo no les odio, ni mucho menos; aunque creo que si fuera catalán les odiaría; ¿pero cómo tomar en serio estas pedanterías pesadas de mi amigo Corominas, de este gran hombre cuyos pensamientos están como nadando en grasa, ni considerar como definitivas las brillantes flatulencias de Gabriel Alomar, ni dar importancia al esnobismo sin gracia ni ligereza del Xenius de La Veu de Catalunya? Yo, como digo, no les odio; pero me parecen insignificantes, más insignificantes todavía que nosotros, los del resto de España; porque allí, al menos, el pueblo no nos oye ni nos hace caso; pero aquí, sí; aquí está atento, aquí no se puede desvariar sin tener una grande responsabilidad. Allí los que escribimos somos como oficiales honorarios, que no tenemos soldados; aquí, no; aquí son como oficiales poltrones de un ejército admirable. Aquí el pueblo es culto, aquí el pueblo tiene un fondo social que no tiene el resto de España.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 79).

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El nacionalismo y Pío Baroja (IX)

(El nacionalismo y Pío Baroja, novena entrega)

(Foto incluida en la serie sobre el nacionalismo catalán). Pío Baroja, enfermo de muerte, con Ernest Hemingway.

Pío Baroja, enfermo de muerte, con Ernest Hemingway.

Barcelona me parece una ciudad exuberante, que, a pesar del cosmopolitismo que producen los puertos concurridos como el suyo, se mantiene íntimamente hispánica, extraordinariamente española.

En cambio, la producción intelectual barcelonesa, ¿qué impresión da? Hay drama en catalán que parece escrito en la Noruega; versos, que parecen confeccionados en el bulevar de Montmartre; comedias lacrimosas, como las de Rusiñol, en las cuales uno se encuentra como disuelto en un mar de merengue internacional; hay de todo: sueco, noruego, dinamarqués y hasta tártaro; lo que no se ve es que haya nada catalán: por lo menos, nada alto, nada fuerte, nada digno del país.

Todos los productos de la intelectualidad catalanista me parecen híbridos, sin el sello de la raza. Me dan la impresión de esas comidas de hotel y de sleeping-car, que todas se parecen, que todas se componen de una tortilla a la francesa y de un pollo desabrido envuelto en ensalada.

Aquí, en las cocinas de esos primates del intelectualismo catalanista, se huele a Emerson y a Carlyle, a Nietzsche y a Ruskin; lo que no aparece por ningún lado es el olor a la tierra.

Alguien me dirá que yo no puedo juzgar esto; que yo no conozco ni el idioma, ni la tierra, ni las costumbres. Cierto. Hace algunos años, cuando se llegaba a Barcelona y se encontraba uno con aquellos intelectuales que entonces se distinguían por la melena y por la pipa, lo primero que decían era: ¡Ah! Usted no conoce el problema.

Es verdad; yo no conozco el problema. Además, es muy posible que no haya problema, y que todo el problema catalán sea como el problema español: una cuestión solamente de libertad y de cultura.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 77).

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El nacionalismo y Pío Baroja (VIII)

(El nacionalismo y Pío Baroja, octava entrega)

(Serie sobre el nacionalismo) Pío Baroja al óleo.

Pío Baroja al óleo.

No voy a poder entreteneros hablándoos de la Grecia, ni de la Macedonia, ni de la China; ni de Antropología, ni de Geología, ni de nada; os tengo que hablar de mis cuellos postizos, del catalanismo, del nacionalismo, de literatura y de otras cosas igualmente vulgares y sin importancia. (…).

Esta situación especial del hombre retado a decir cosas duras, me obliga a no manifestar mi entusiasmo que en el fondo siento por esta ciudad esplendorosa y magnífica (Barcelona).

Hablaré, pues, entreverado; ya que no puedo ser pájaro, ni quiero ser rata, me dedicaré a ser un poco murciélago.

Yo, ciertamente, no he negado a Cataluña nunca, y menos a Barcelona; lo que sí he negado en su mayor parte ha sido la intelectualidad de Barcelona.

Yo veo aquí una porción de mentiras, acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma y de Cataluña con relación al resto de España.

Yo no veo aquí la acomodación espiritual entre lo que es Cataluña en sí y lo que es Cataluña representada por su docena y media de escritores y periodistas.

A mí Cataluña me da la impresión de ser casi más española que las demás regiones españolas. Los catalanistas, en cambio, aseguran que no, que Cataluña casi no tiene nada que ver con España, que es un país con otra raza, con otras ideas, con otras preocupaciones, con otra constitución espiritual.

Por diferenciarse, encuentran los catalanistas una porción de contrastes étnicos, psicológicos y morales entre catalanes y castellanos. Son los castellanos individualistas, los catalanes son colectivistas; son los castellanos fanáticos, los catalanes, tolerantes; son los castellanos místicos y arrebatados, los catalanes son prácticos. Yo nunca he visto estas oposiciones ni estos contrastes, y no digo esto como patriota, sino como un hombre más o menos observador.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 75).

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Otra vez el poeta Josep Carner

Josep Carner

Josep Carner

Recuerdo que, en el invierno pasado, Joan Climent me decía en Barcelona que la literatura de Carner es exquisita. Yo la encuentro más que exquisita: Carner es un gran poeta. Lo es, diríamos, en el sentido técnico, de ejercicio escolar. En este plano, Carner es un enorme escritor, probablemente uno de los más considerables del mundo. Esto que acabo de escribir se comprende, sobre todo, si se tiene presente que Carner trabaja una lengua que literariamente está por hacer, pobre, envarada, anquilosada, muy limitada de léxico, llena de zonas corrompidas, seca como los huesos, de una anarquía ortográfica mantenida por núcleos intelectuales del país, desarrollándose en una ciudad caótica e inmensa, en medio de la indiferencia de una gran parte de la sociedad, en un núcleo humano que tiene, más que la dureza de un cristal de contraste, un poder de absorción meramente biológico, la aspiración de una enorme esponja. En este sentido, el catalán vive en tragedia permanente.

Tendremos, pues, que agradecer siempre a Carner el esfuerzo que hace, el esfuerzo técnico.

Pero después hay una segunda parte: la literatura de Carner no prende mucho, no tiene profundidad humana; a pesar de que nunca es frívola, tiene poco que ver con la vida y las obsesiones de la gente de la época: a veces hace el efecto de un provenzalismo de vitrina, siempre muy gracioso y elegante, pero de poco peso en las vísceras.

Carner, claro, tendrá discípulos. (Y quizá esto es lo que no convendría). Los que exploten su parte de marquetería y de juego verbal, llegarán rápidamente a la insignificancia. Los que traten de aplicar la retórica carneriana a la propia confusión mental parecerán poetas ingleses o escandinavos traducidos. Carner es un caso de agotamiento de una fuente poética.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 90).

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El nacionalismo y Pío Baroja (VII)

(El nacionalismo y Pío Baroja, séptima entrega)

(Sobre el nacionalismo) Pío Baroja

Un dibujo de Pío Baroja realizado por Ramón Casas.

Volvieron mis amigos a la carga y a reprocharme mi pereza. Yo decía: ¡Pero si mi oratoria no es brillante, ni original! Si no empleo más que lugares comunes, y he llegado a la gran vergüenza de decir: Yo entiendo, señores, como los diputados de la mayoría. ¿Para qué voy a hablar? ¿Llevo yo dentro algún sermón de la Montaña, como Cristo? ¿Yo soy un Séneca o un Pedro Corominas, un Gladstone o un Bertrand y Musitu? No; por eso no quería hablar. Pero me han pedido tantas veces que dijera algo que, al último, he tenido que ceder para no parecer terco, y en el salón del hotel me he puesto a escribir estas cuartillas y a hilvanar unas cuantas vulgaridades acerca de Barcelona.

Yo lo siento por vosotros, porque os vais a sentir defraudados, os vais a aburrir, pero acordaos de que hoy es día de Viernes Santo, día de ayuno y de abstinencia de carne, y que no está mal el mortificarse un poco. Tomad, pues, mis palabras escritas por una vigilia, por algo así como espinacas espirituales y consideradlas como una pequeña mortificación propia de Semana Santa.

No tengo embotellado nada para soltarlo entre vosotros, no tengo ningún libro en mi maleta; no puedo consultar nada: ni apuntes, ni periódicos, ni revistas; todo mi equipaje se reduce a unos cuantos cuellos y puños postizos, ya usados, y a un reloj de bolsillo, que tiene el minutero torcido y que me daría mucho que hacer para averiguar la hora, si mi reloj tuviese la humorada de andar. Afortunadamente, no anda. Se me cayó hace un año en la Plaza de San Pedro, de Roma, y desde entonces está parado, con una consecuencia extraordinaria. Así que, más que para saber la hora, lo llevo de lastre. Como digo, todo mi equipaje es este y unas cuantas ideas, más o menos arbitrarias, que tengo en la cabeza.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 72).

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El nacionalismo y Pío Baroja (VI)

(El nacionalismo y Pío Baroja, sexta entrega)

Pío Baroja (entregas del nacionalismo y el autor)

Pío Baroja, posando como si estuviera leyendo.

No sé si tenéis alguna opinión, buena o mala, acerca del que escribe estas líneas; si la tenéis, no intentaré yo modificarla; si no la tenéis, os diré que soy yo un hombre ingenuo y sincero, poco social, poco político y un tanto vago. Me dijo en un artículo Pompeyo Gener que yo era un ogro finés injerto en un godo degenerado; yo no me siento ni tan degenerado, ni tan finés, ni tan ogro; por ahora no me he comido ningún niño crudo, y me figuro que no llegaré a adquirir estas raras aficiones gastronómicas.

Yo me había opuesto a dar una conferencia aquí, porque, realmente no tengo grandes cosas que decir y, además, porque poseo un sentido pedagógico tan pequeño, tan poco confiado, que me impulsa a sospechar si todo el mundo tendrá razón, aunque todo el mundo defienda cosas distintas.

Estaba, pues, en la situación expectante y tranquila de un curioso; había convencido a mis amigos de que mi oratoria es, como dice La Publicidad de ayer, con gran exactitud, ni brillante ni original, sino llena de lugares comunes, de tópicos de mitin y de vulgares frases efectitas, cuando apareció un artículo en El Poble Català pidiendo que hable en el Ateneo y ejerza de ogro, diciendo desde allí cosas fuertes, si es que me atrevo a decirlas.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 71).

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El nacionalismo y Pío Baroja (V)

(El nacionalismo y Pío Baroja, quinta entrega)

Pío Baroja y el nacionalismo

Excelente imagen sobre el hombre, el mono y el cerdo.

Con relación al interés parece lógico y práctico a primera vista que las regiones ricas se quieran separar de las pobres. Es un sentimiento egoísta, mezquino, pero muy natural. Quizá a la larga no sea tan práctico como parece. Lo sea o no lo sea, lo que no comprendo es que se odie a la región pobre y a sus habitantes por pobres. Esto será siempre una aberración, un sentimiento despreciable para un verdadero chapelaundi. (…).

En todos los pueblos del mundo la política produce un elemento ambicioso, arribista, bajo e inmoral. Político y chanchullero son sinónimos. (…)

Y si las gentes mezquinas que necesitan que España se disgregue están en mayoría, que se disguegue, que se separen las regiones unas de otras y se vaya cada cual por su lado, pero hagamos la despedida general más bien con una sonrisa que con una amenaza. Al fin y al cabo, por esto no se ha de hundir el mundo, ni la tierra de España ha de desaparecer en los mares.

Si las patrias y los templos se derrumbaran, no lloremos por ellos, pensemos que se levantarán otros mejores y que al fin y al cabo la patria del hombre es el mundo; y el mejor templo, la naturaleza.

Si hacemos esta disosiación sin muertes, asolamientos ni otros disparates y el hacerlo es un error más de los españoles, al menos si tenemos que reunirnos mañana de nuevo y no hay sangre de por medio no habrá tampoco un obstáculo grave para la unión.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 55).

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El nacionalismo y Pío Baroja (IV)

(El nacionalismo y Pío Baroja, cuarta entrega)

Pío Baroja y el nacionalismo

Pío Baroja, en la cuarta entrega del nacionalismo, y siguiendo con su pragmatismo.

¿Así que no hay diferencia regional ninguna? -me preguntarán-. Sí, sí la hay, pero es una diferencia que apenas puede trascender a la política. Hay, no cabe duda, un matiz sentimental especial en cada región, pero este matiz se encuentra vagamente expresado en la poesía y en la música populares, en las costumbres; puede servir para informar una clase de literatura o de arte, pero no bastará para hacer leyes distintas.

Así un político catalán, castellano o vasco no se diferencian en nada, usarán todos las mismas ideas y los mismos lugares comunes; en cambio, un escritor y un músico se distinguirán.

Yo, por ejemplo, no siento hostilidad alguna para la gente del Mediterráneo, aunque me han acusado de esto los catalanes, pero tampoco tengo con sus escritores y artistas una hermandad espiritual.

A mí, en general, los escritores catalanes y todos los del Mediterráneo me aburren; me aburre Blasco Ibáñez, me aburre Salvador Rueda, me aburre también Ricardo León. Su obra entera me parece caligrafía pura.

Un pintor catalán me decía hace dos años en un café de Barcelona: «Cuando veo un tiempo como el de hoy, oscuro, lluvioso y triste me acuerdo de los libros de usted».

Y yo, que encontraba muy lógico lo que me decía, le contestaba:

-Yo cuando leo a los escritores catalanes me parece que estoy en el gabinete de un dentista.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 52).

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Eugeni d’Ors

eugeni ors

A las generaciones futuras les parecerá extraño que una de las causas del éxito inicial del Glosari de Eugeni d’Ors en este país fuese el hecho de que Xènius ha sido el primer escritor del renacimiento -palabra demasiado presuntuosa para ser de mi gusto, que utilizo porque no dispongo de ninguna otra-, que manejó con naturalidad o, al menos, con una naturalidad relativa, en diarios de cinco céntimos, alguna que otra idea gratuita; quiero decir desprovista de utilidad práctica inmediata. Fue un deslumbramiento.
(…) Si tuviéramos que hacer la historia de la taberna de Gervasi, tendríamos que presentar la historia de nuestra querida villa natal. Esta historia sería curiosa porque, además de ser muy corta tendría la particularidad de no contener ni hechos gloriosos ni personajes de fama y de renombre. Sospecho que esta falta de tradición brillante entristecería a mucha gente. A mí me encanta haber nacido en un pueblo que no ha producido ningún redentor ni ningún coleccionista de sensaciones raras, ni ningún predicador estentóreo. Esto me da una sensación de ligereza y de libertad.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 84).

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Santiago Rusiñol

Santiago Rusiñol

Hace días intento concretar en pocas líneas la impresión que me ha hecho una reciente lectura de El Poble Gris de Santiago Rusiñol.
El libro podría ser exacto, excelente, perfecto y no lo es. La idea, la realidad, el tema, la impresión dada en cada capítulo, no puede ser más concreta y precisa. Todas las personas que vivimos en un pueblo -aunque este pueblo sea un poco más agradable, menos aragonés (diríamos), menos caricaturesco que el pueblo gris- sabemos que cada capítulo del libro responde a una realidad observada, directa, indiscutible, pero Rusiñol coge estos hechos, los desliga, los manipula, los deforma, los exagera, los aumenta o los empequeñece, proyecta sobre ellos su monótono mecanismo humorístico y convierte una cosa viva, palpitante, en un juguete, en una banalidad, en una irrisoria maquinita. Ante la realidad maravillosa, Rusiñol no tiene ningún tacto, es incapaz de la menor delicadeza. La interpreta mecánicamente, con la frialdad de un engranaje, con la ineluctabilidad de una rueda que produce frases y coloca adjetivos siempre igualmente rusiñolescos. Esto hace que, cuando se tiene una cierta práctica en la lectura de sus libros, se pueda adivinar, a frase leída, lo que dirá el autor en la frase siguiente.
Esta manera de hacer, constatada página tras página, fatiga positivamente, sobre todo en los momentos en que el autor trata de hacer poesía, pues no hay nada más fatal, en poesía, que adivinar, indefectiblemente, después de una frase, la que tiene que venir.
Pienso que a través de Rusiñol, se puede llegar a comprender con claridad que la peor tara que puede tener un escritor es el manierismo.
Rusiñol, que se burla siempre de las máquinas -ahora acaba de publicar una máquina para azucarar fresas dibujada por él- es el autor más maquinal de la literatura catalana moderna.
En todo caso Rusiñol es un caso de dilapidación, de prodigalidad de facultades impresionante, sin precedentes.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 77).

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Montaigne y Josep Pla

Montaigne

No me canso de leer los Ensayos de Montaigne. Así paso horas y horas de la noche en la cama. Me hacen un efecto plácido, sedante; me dan un reposo delicioso. Encuentro a Montaigne de una gracia casi ininterrumpida, lleno de continuas, inagotables sorpresas. Una de estas sorpresas proviene, creo yo, del hecho de que Montaigne tiene una idea muy precisa de la insignificante posición que tiene el hombre sobre la tierra.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 75).

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Tabernas

Caricatura de una borracha
En la explanada había cinco o seis tabernas de mala muerte, ahumadas y grasientas. Se vendía horchata de pícaro y caña sin rebajar. Exteriormente tenían un aire miserable y desgarrado; pero dentro me encontraba bien. Me gustaba, sobre todo, un bergantín minúsculo que colgaba del techo rojizo de una taberna, pintado de blanco y negro, al cual no le faltaba nada. La persona más importante de aquel barrio era la Rosa, una mujer alta, cuadrada, pálida como una muerta, que bebía la caña como si fuese agua. La Rosa ratoneaba por el muelle, fumaba medio caliqueño detrás de los bocoyes y se entretenía con los embarcados. La Rosa llevaba unas medias con rayas rojas; sabía tres o cuatro canciones de su época, pero no podía cantar porque siempre tenía la boca seca. A la Rosa no la había visto nunca nadie borracha, y el notario de Palamós, que llevaba una capa llena de desgarrones, decía que el hígado de aquella mujer debía de ser soluble en alcohol.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 71).

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La escritora Víctor Català

Escritora Víctor Català (seudónimo)
Leyendo a Víctor Català me he preguntado muchas veces si entre los payeses hay la profusión de dramas que la escritora les supone y les ve. Hay un drama enorme en este mundo -el dinero-, pero me parece que no es exclusivo del ruralismo. Es muy general. En la montaña no sé si hay tantos dramas. En el llano, seguramente, no tantos. No conozco la montaña. Víctor Català la conoce más, claro está. Conoce muchas montañas y el Montgrí -un Montgrí quizá demasiado escenográfico, efectista y meterlinkiano.
La gran impresión que causa esta escritora proviene quizá del hecho de que, leyéndola, uno siente que, si se desnudase su obra de escenografía, costumbrismo, naturalismo y sociología artisticorrecreativa, resultaría una creadora de novelas policíacas considerable.
(…)
A veces me paseo por las calles con el exclusivo objeto de mirar la cara de los hombres y de las mujeres que pasan. La cara de los hombres y de las mujeres que han pasado de los treinta años, ¡qué cosa más impresionante! ¡Qué concentración de misterios minúsculos y oscuros, a la medida del hombre; de tristeza virulenta e impotente, de ilusiones cadavéricas arrastradas años y años; de cortesía momentánea y automática; de vanidad secreta y diabólica; de abatimiento y de resignación ante el Gran Animal de la Naturaleza y de la vida!

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 64).

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Las mujeres

Mujeres

Después de darle vueltas, resulta que las mujeres, naturalmente, me interesan, pero no recuerdo haber hecho nunca ningún esfuerzo por tener una de verdad, hasta el punto de que ahora mismo puedo decir con el poeta:
Flamma d’amor nel cor non m’è rimasta.
Quisiera estar en todas partes y no me muevo nunca de casa. Lo querría acaparar todo y en realidad todo me es indiferente. Querría tener dinero y a la primera dificultad me vuelvo atrás. Querría, querría… ¿Querría, qué?
Con este temperamento ¿qué podré hacer en la vida? ¿Haré algo más que charlar, pasar, vagar, deliberar, huir? Me pasa lo mismo que a aquel hojalatero de Palafrugell que un día me decía:
-¿Sabes lo que hago cuando no me tengo de trabajo, cuando me acosan por todos lados? Pues ahora se lo diré: me voy a dormir…
(…)
Casi todos los vecinos de la casa que habitamos en la calle del Sol están reñidos. Están a matar. Se odian y se pelean constantemente. Cuanto más pequeño es un pueblo, más fuertes son los estragos de la proximidad de la gente.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 61).

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Jacinto Verdaguer

Jacinto Verdaguer

Durante la madrugada trato, una vez más, de leer a Verdaguer. No he podido, hasta ahora, terminar ni un solo canto de La Atlántida o del Canigó. Me avergüenzo, incluso, de confesarlo… Hago otro esfuerzo. Clavo el diente. El paquete no pasa. Toda esta enorme geología, todas estas historias desorbitadas, no me producen el menor interés. Comprendo que estos escritos son una gran cosa y que las literaturas tienen que contener estas baluernas de la misma manera que en los grandes palacios tiene que haber enormes chimeneas que no calientan, meramente decorativas, y tapices colgados de las paredes. Comprendo, asimismo, que mi sensibilidad es muy incompleta. Pero no puedo hacer más. La sensación de vacío, la escombrera de verbalismo, glorioso, efectista, pero totalmente desligado de la vida humana auténtica, la sonoridad grandiosa de las estrofas, me esterilizan toda posibilidad de atención o de curiosidad.
He oído suspirar alguna vez:
-¡La mística, la poesía mística de Verdaguer…!
Pero yo querría que alguien me explicase qué relación tiene este país, poblado de esta clase de payeses, de esta clase de palurdos, de la industria y del comercio, con la mística. Querría que alguien me explicase qué intención tenía Verdaguer en tratar de ligarnos, a través de la mística, con una literatura tan intrísecamente forastera.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 53).

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Los desaforados constitucionales

Los presuntos desforados constitucionales del siglo XXI (Foto de El Mundo: http://www.elmundo.es/cataluna/2015/11/11/56432ae546163fb1358b4586.html)El Ampurdán -oigo decir- es un país de lunáticos, de atolondrados, de dispersos, de alocados. Y es cierto.
Y también lo es que hay en este país mucha gente que se pasa la vida levandando objeciones, metiendo bastones entre las ruedas de toda persona interesada en llevar a cabo alguna iniciativa o que, en una u otra forma, se salga de la espesa rutina. Estas objeciones se construyen gratuitamente, al tuntún, la reticencia es permanente. Tanto si queréis matar los parásitos de los frutales como los escarabajos de las patatas, tanto si queréis acaban con las moscas de la villa como con la usura de los payeses, oiréis decir constantemente:
-¿Usted quiere hacer esto…? ¡Qué lo va a hacer! ¿Que estamos dormidos…? ¡No lo hará usted nunca…! ¡Desgraciado! No sabe usted lo que se dice…
En el fondo de todo desaforado, y en este país, quizá no hay más que un hombre debilitado y fatigado de sentirse tratado permanentemente de sopla-nubes y de bobo. Quiero decir que hay desaforados que no son más que hombres provocados.
Después están los desaforados constitucionales, los atolondrados marcados por una fuerza interna, los dispersos de profesión. Estos, sin embargo, son cosa muy diferente.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 50).

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Un Josep Carner, de Josep Pla

Josep Carner, tomado como príncipe de poetas

Leídos Les planetes del verdum de Josep Carner.
Carner es probablemente -tanto si escribe en prosa como en verso- uno de los retóricos más prodigiosos de la época. El dominio que tiene de la lengua y de sus misterios es enorme, provoca una auténtica envidia. Peligro permanente de esta clase de virtuosismos: caer en el provenzalismo, en el juego literario como finalidad; confundir la forma con el fondo. Hablando en términos generales, Carner es gracioso; formalmente, siempre. A pesar de ser barcelonés nunca es chabacano. La chabacanería de los escritores barceloneses es observable, a veces, hasta en las notas de sociedad: corresponde al ruralismo abrupto y pedantesco de los escritores de fuera.
En la obra de Josep Carner, la magnitud del esfuerzo literario no es, a veces, correspondiente a la autenticidad humana del fondo. Es la montaña pariendo un ratón. Carner produce el efecto del hombre que ha impuesto unos límites a su vida mental por delicadeza -por timidez, quizás- o quizá, también, por sentido del ridículo.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 44).

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Los ampurdaneses

EmpordàEs el autor de una observación muy aguda sobre los ampurdaneses, de los cuales decía que tenemos una imaginación tan exuberante que confundimos las moscas con las águilas, lo que es cosa exactísima.
Personalmente, el señor Gisch era, claro es, a pesar del diagnóstico, como buen ampurdanés, un hombre de elevada temperatura imaginativa. De todos modos, hay un hecho que demuestra que fue también un hombre de un buen sentido muy grande.
Un día se le acercó el alguacil y con mucho misterio, hablándole al oído, le denunció que, en las afueras de la villa, en el molino de viento, había sorprendido a un hombre encima de una mujer, o a una mujer encima de un hombre, no lo recuerdo exactamente.
-¡No hagas caso…! -dijo rapidísimo y con un aire profundamente serio el señor Gish-. No tiene ninguna importancia y no hay más que hablar. Ya comprenderéis que pueden haberse caído el uno sobre el otro. En el mundo pasan cosas muy extrañas…
El ampurdanés es, quizás, el hombre más absolutamente entusiasta y elemental de Cataluña, siempre que el entusiasmo no deba durar mucho ni prolongarse demasiadas horas seguidas.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 41).

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La justicia

De derecha a izquierda, Josep Bofill y Enric Frigola en 1920 (fuente: http://www.lletres.net/pla/QG/?cat=36&paged=7)

–La justicia teórica, absoluta, es un enorme revulsivo. La justicia se debe tomar con calma y debe aplicarse en pequeñas dosis…
–Lo que parece darte la razón son las noticias de la revolución rusa… -insinúa el señor Enric Frigola.
–¡Es posible! -dice Bofill-. Los rusos están implantando ahora la justicia en su país. Sufrirán muchísimo. Lo pasarán muy mal. Se verán obligados a crear un Estado meramente policíaco, frío, siniestro. Pasarán mucha hambre y sed, tendrán que ampliar todas sus prisiones, tendrán que demoler todo aquello que hace agradable la vida. Y, así y todo, no implantarán ninguna forma de justicia. Mi idea es que no puede haber alimentos ni una forma mínima de vida en común, sin un determinado grado de injusticia. ¿Por qué hay mujeres feas y mujeres guapas? ¿Por qué tiene que haber hombres inteligentes y hombres estúpidos? ¿No es una injusticia? Si aplicamos la justicia a una situación así, no tendremos más remedio que matar a las mujeres guapas y a los hombres inteligentes…
En la tertulia la confusión va en aumento. Coromina, nervioso, se muerde una uña. Los otros nos hacemos aparentemente los distraídos. La reunión se disuelve por agotamiento.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 39).

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El señor Guardiola

Esta descripción no se refiere al Guardiola futbolista, al Guadiola entrenador de fútbol

Pienso, mientras tanto, en el señor Guardiola. ¡Un hombre extraño! Debe de tener unos cincuenta años. Es alto, lleno de carnes, macilento, rosado de cara, de ojos azulados. Escaso de pelo, lleva en la cabeza un plafón de cabellos engomados, como una peluca tenue. Todo su cuerpo irradia una impresión de cosa blanda, desprovista de consistencia. Soltero recalcitrante, vive con una hermana, una señora beata y ceremoniosa. Acompañado siempre por ella, su carrera ha consistido en una larga peregrinación a través de oficinas judiciales mezquinas… Su presentación, su manera de caminar, de hablar, de vestir, de gesticular, ha creado entre la gente la hipótesis de la vaguedad de su sexo. En este sentido su vida debe de haber sido muy dura, porque ha sido el hazmerreír de mucha gente. En su indumentaria hay tres elementos inconfundibles: el sombrero duro tornasolado por el exceso de aprovechamiento; el chaleco blanco con botones de nácar de una coloración rosada, una capa de esclavina con vueltas de terciopelo rojo. Caminando, tiene una manera de jugar con esas vueltas, tan femenina, retozona y llena de coquetería, que a veces hace pensar en alguna vieja cupletista, irrisoria y desbarajustada.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 36).

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