¿Que opine sobre la narrativa actual? La respuesta es sencillísima. La narrativa actual es […]. La asepsia es el […] dominante. Nada de […]. Todo […]. Ninguna […] de otra. Todos los narradores […], como […].
Fragmento inicial (muy fragmentado, yo diría que divertidamente censurado) del artículo «Sobre la narrativa actual», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 81, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
El gusto de la verticalidad en los selfis. Aquí, en la Costa Dorada (Tarragona), frente a la playa de San Salvador, a medio camino de Comarruga y Calafell. Magnífico paseo. Y parte del espacio de uno de mis relatos, el titulado «Calafell Playa», del libro Trenzado de homicidas.
Sobre el gusto de la verticalidad en los selfis, dejo la portada del diario que tengo entre manos, iniciado en enero de 2018, Desde Barcelona. Detrás de mí, aparecen las torres medievales sobre la muralla romana, justo delante de la Catedral, en el arranque de la calle del Obispo (del Bisbe).
Qué buena compañía tiene, ahí, mi libro de relatos Trenzado de homicidas, junto al escritor Juan Rulfo con su novela Pedro Páramo y su libro de relatos El llano en llamas. Literatura pura y dura en un mundo literario aséptico, absolutamente vergonzante.
Estoy trabajando en un relato en que una boa es un componente esclarecedor, estrechamente unido a su personaje principal, que tiene alma de demonio andrógino. Será el segundo relato del libro en construcción Cuentos de malditos.
Creía que tendría lista esta historia –va teniendo mucha vena– antes de reemprender las clases, pero no ha sido posible. Seguiremos informando.
¿Que opine sobre la narrativa actual? La respuesta es sencillísima. La narrativa actual es una mierda. La asepsia es el garabato dominante. Nada de infecciones. Todo edulcorado. Ninguna palabra por encima de otra. Todos los narradores iguales, como estúpidos calcos. Algunos de ellos con la potra de contar con una descaradísima operación de mercadotecnia. Todos dominados por el gran jefe, el gran matador, la gran criba, el gran manipulador cultural: las empresas editoriales, valga la redundancia.
Publicado bajo el epígrafe de Artículos dominicales, en Dietario en Red, el 25 de octubre de 2009
Ayer me enteré de la inauguración de una nueva página web, se llama hemeroteca.abc.es. Pues bien, o parece que han rehecho los ejemplares de ABC al libre albedrío de algún maniático, o parece que, por la cara, se han quitado de encima a infinidad de articulistas. Porque tanto yo, como otros muchos, muchísimos, no aparecemos. Diez artículos míos tiene el diario ABC. Y ninguno sale a relucir. Diez artículos en diez ejemplares de periódicos que guardo en el baúl de los recuerdos. De cuando me vi en la necesidad de colaborar con la prensa, como único medio de promoción literaria. Tenía dos libros publicados por aquel entonces. Qué tiempos. Menos mal que la promoción literaria de los escritores del siglo XXI ya no depende, en exclusividad, de las editoriales y de la prensa. Los escritores del siglo XXI dependen de sí mismos, exclusivamente de sí mismos en la mayor parte del porcentaje que existe. Internet como fuente de liberación. Ya he hablado de eso en Dietario en Red.
Vaya, vaya, menudo lío se ha hecho la hemeroteca de ABC para Internet. Sus ejemplares no son reales. Sus ejemplares están equivocados. No sé si con aviesa intención. En cambio, mis cuentos del semanario Blanco y Negro sí aparecen. Tanto «Después del sueño» (1 – 2 – 3) como «Anhelos y luces» (1 – 2 – 3) pueden leerse en la versión que les mandé. Como se sabe, ambas historias pertenecen al libro Cuentos agrios.
La hemeroteca de ABC para Internet. A través de ella, el lector curioso que me sigue podrá leer la primera edición de estos dos cuentos míos. Cosa que recomiendo, como es natural.
Cuando escribí mi primer cuento hispanoamericano, «Eduvigis Lindavista», hace exactamente veinte años, en agosto de 1989, no sabía que mi niña Eduvigis daría pie a todo un libro de contenido y forma, de paisajes y espíritu hispanoamericanos. Por aquel entonces, lejos quedaba la lengua española de América; muy remota, la vivísima respiración del paisaje hispano; completamente ajeno, aquel conjunto de países transoceánicos, con el brutal y miserable establecimiento de muchos de sus gobiernos, tanto del pasado como del presente. Lo único que me resultaba consustancial sobre aquel mundo era la capacidad de conexión con las almas de los personajes hispanos de mi propia inventiva, unas almas encerradas en unos marcos paralelos, reconocibles, de ciertas realidades hispanoamericanas. Así que a través de mis propios personajes, fui consciente de una sensibilidad muy profunda hacia lo que es y significa Hispanoamérica. Desde entonces me interesó su pasado, su presente, su futuro, casi tanto como la realidad de mi propio país. Ciertamente hay un lazo de unión entre Hispanoamérica y España.
Como digo, no pude sustraerme a la fuerza dramática de aquellas gentes, a la mole bestial de sus paisajes. Parecía que mi primer personaje hispano, la niña Eduvigis, una niña de siete años muerta «en olor de santidad», una niña santa, tiraba de mi mano con su poderosísima energía, que avivaba mi intuición narrativa, que transformaba mi tonalidad lingüística de español en tonalidad lingüística de americano, para la que no desdeñé muchos usos y registros andaluces. En aquel torrente de imaginación narrativa que cayó sobre mí, y que duró seis años, entre periodos de duermevela y agitación entusiasta, no estuve solo. La tradición literaria, con su impresionante fuerza, tiró de mí casi tanto como la niña Eduvigis. Hay tres nombres: Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Ramón María del Valle-Inclán. Aquí están los tres autores que me empujaron, que representaron por aquella época todo un sano y escalofriante pique de escritor. Para qué ocultarlo. Mi intención era igualar o superar la imponente obra literaria de los tres grandes maestros citados. No hay que reírse de mi atrevimiento. Uno era joven y tenía la potra siempre tiesa. Así que mi osadía hay que englobarla en ese contexto, en el de la inocencia que acarrea la juventud. Qué tres grandes escritores. Dentro del registro hispano, el más grande, y con mucha diferencia, es Juan Rulfo, que tuvo la forma, el fondo, la poesía, el coraje narrativo en la masa de la sangre.
Esta edición de Relatos del fuego sanguinario y un candor es la segunda. Se trata de una edición revisada, corregida y ampliada, como dirían los tratadistas. De sus diez historias, sólo dos fueron galardonadas con premios literarios. Y eso fue así porque con la ingenuidad de la juventud, los escritores mandan a concursar sus obras, por comprobar con cierto morbo qué hacen con ellas. Fueron premiados los relatos «Eduvigis Lindavista», con el I Premio Teruel de Relatos, en octubre de 1989, apenas dos meses después de su punto final, y «Justinita la Idolatrada», que fue Hucha de Plata en 1993, en el XXVIII Concurso de Cuentos Hucha de Oro. Relatos del fuego sanguinario y un candor. Ya está aquí su segunda edición. Cuántos años sin bucear, de nuevo, en aquellos ambientes de mi creación. He de confesar que cuando comencé a leer la primera de sus historias, para las galeradas, se me puso la piel de gallina con la descripción del nacimiento de la niña Eduvigis. Hay que ver lo que los escritores son capaces de escribir guiados por la ufana batuta de su juventud, por el sano veneno que te permite intentar emular los grandes logros de los mejores maestros.
Aquí estampo la segunda edición, veinte años justos después de finalizado su primer cuento, diez años después de que otro de mis personajes, Salvador Hurtado, el protagonista de la novela El solitario, viera en sueños a la niña santa, un asunto que me hizo pensar sobre si la niña Eduvigis, más que un cuento y el protagonismo esporádico en la saga de sus historias, podía merecer su propia novela. Todo un asunto que me abrumó, por el colosalismo de la ingente dificultad que conlleva. Bien es cierto que nunca se sabe lo que un escritor puede dar de sí. Pero a día de hoy, uno conoce perfectamente lo que la disponibilidad del tiempo concede, un tiempo que quema sus minutos, que los encrespa, un tiempo que me hace comprender la imposibilidad de superar, sobre la niña santa, lo que ya tengo escrito.
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