Mi cuaderno gris, cita 16

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MI CUADERNO GRIS,
la novedad de Morfeo.

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Mi cuaderno gris, cita 15

Cita 15 del libro titulado
MI CUADERNO GRIS,
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Mi cuaderno gris, cita 14

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Mi cuaderno gris, cita 12

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la novedad de Morfeo.

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la novedad de abril de Morfeo.

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Mi cuaderno gris, cita 9

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Mi cuaderno gris, cita 8

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la novedad de abril de Morfeo.

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Mi cuaderno gris, cita 1

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Calor del Ampurdán

(sobre el calor del Ampurdán). Josep Pla a la mesa, en su "mas"

Josep Pla a la mesa, en su «mas»

Estos últimos días ha hecho calor, pero en la última madrugada llovió dos o tres horas. Por la tarde, la mezcla del bochorno de la tierra y del frescor del aire, es deliciosa.

Voy al «mas» por la carretera del cementerio. Desde Morena se ve un gran panorama: los Pirineos al fondo, blancos, sobre un cielo inmenso (…); en primer término el pequeño Ampurdán es como una miniatura dibujada, preciosa.

La lluvia ha refrescado el verde de los pinares y de las alfalfas. Todo está brillante, bruñido. El trigo está en el momento del paso del verde a la espuma blanca y rubia de la madurez. (…). Los colores son fuertes y lustrosos y los perfiles muestran una incisión profunda, una rugosidad precisa. El paisaje me hace pensar en las pinturas de los primitivos que a veces veo reproducidas en las revistas ilustradas. ¿Me será posible ver esa pintura algún día?

A las tres de la tarde la temperatura es elevada y la luz es cruda. Cuando entro en la gran sala del «mas», abro un poco el balcón y el viento hincha, ligeramente, la cortina. Afuera, en las acacias inmediatas, se oyen los gorriones. La presencia de los pájaros parece aumentar el silencio. El silencio siempre sorprende. Es una cosa insólita, que tiene una punta de misterio. Paso un rato, sentado en una silla, perplejo. El viento hincha y deshincha la cortina.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 92).

Escritos míos donde aparece Josep Pla:

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Mi cuaderno gris

 

Otra vez el poeta Josep Carner

Josep Carner

Josep Carner

Recuerdo que, en el invierno pasado, Joan Climent me decía en Barcelona que la literatura de Carner es exquisita. Yo la encuentro más que exquisita: Carner es un gran poeta. Lo es, diríamos, en el sentido técnico, de ejercicio escolar. En este plano, Carner es un enorme escritor, probablemente uno de los más considerables del mundo. Esto que acabo de escribir se comprende, sobre todo, si se tiene presente que Carner trabaja una lengua que literariamente está por hacer, pobre, envarada, anquilosada, muy limitada de léxico, llena de zonas corrompidas, seca como los huesos, de una anarquía ortográfica mantenida por núcleos intelectuales del país, desarrollándose en una ciudad caótica e inmensa, en medio de la indiferencia de una gran parte de la sociedad, en un núcleo humano que tiene, más que la dureza de un cristal de contraste, un poder de absorción meramente biológico, la aspiración de una enorme esponja. En este sentido, el catalán vive en tragedia permanente.

Tendremos, pues, que agradecer siempre a Carner el esfuerzo que hace, el esfuerzo técnico.

Pero después hay una segunda parte: la literatura de Carner no prende mucho, no tiene profundidad humana; a pesar de que nunca es frívola, tiene poco que ver con la vida y las obsesiones de la gente de la época: a veces hace el efecto de un provenzalismo de vitrina, siempre muy gracioso y elegante, pero de poco peso en las vísceras.

Carner, claro, tendrá discípulos. (Y quizá esto es lo que no convendría). Los que exploten su parte de marquetería y de juego verbal, llegarán rápidamente a la insignificancia. Los que traten de aplicar la retórica carneriana a la propia confusión mental parecerán poetas ingleses o escandinavos traducidos. Carner es un caso de agotamiento de una fuente poética.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 90).

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Contestar a un artículo periodístico

Pío Baroja, posando como si escribiera

Pío Baroja

-Contestar a un artículo o a un libro que ataca o defiende una teoría, diciéndole al autor que es jorobado o que su mujer le engaña, me parece muy aldeano, muy tonto (…)
-Pero usted quiere ver la literatura como si no tuviera actualidad, como si ya hubiera pasado en la historia o no hubiera en ella pasiones.
-Yo creo que es lo más cómodo, lo mejor y lo más verdadero.
-Pues de ahí nace mucha de la antipatía que tienen contra usted. Es usted un traidor al gremio.
-¿Usted lo cree así?
-Claro que así lo creo.
-Puede que sí. ¡Qué le vamos a hacer! Yo no he tenido una postura pensada ante el público, porque creo que no valía la pena. Hace poco algún simpatizante me ha mandado dos o tres números de la Gaceta Literaria, de Giménez Caballero, y en uno de ellos hay una nota de un profesor belga, Lucien Paul-Thomas, que escribió algo sobre mí, y al final de la nota dice: «Parece ser que Baroja, tanto en Bélgica como en Holanda, dejó atrás una impresión hermética, banal». ¿Y para qué iba a dejar otra impresión? No era cosa de andar con una chaqueta roja, con melenas o con una cacatúa en el hombro.
-Usted exagera, pero algo hay que dar al público.
-Yo creo que si el público no da nada, hay que contestar haciendo lo mismo.
-Así le tendrán antipatía.
-Es igual. Esto no influye en la vida. Yo me creo hombre, no digo que de mérito, pero sí de cierto carácter y de tesón. Decidirse, como me decidí yo, a ser sólo novelista, sin empleo ni medios de fortuna, si se considera desde cierto punto de vista tiene su mérito. Yo estaba convencido de que no encontraría apoyo en ninguna parte y de que no ganaría apenas para vivir. Fuera de esto, lo único que me hubiera gustado hubiera sido hacer un trabajo científico; pero esto era más difícil aún. Por otros caminos no encontré nada.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Bagatelas de otoño (pág. 18).

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Martín

Martín (José Sacristán), en La Colmena.

Martín se lleva la mano a la frente. Está sudando como un becerro, como un gladiador en el circo, como un cerdo en la matanza.
-¡Ay!
Dos pasos más.
Martín empieza a pensar muy deprisa.
-¿De qué tengo yo miedo? ¡Je,je! ¿De qué tengo yo miedo? ¿De qué, de qué? Tenía un diente de oro. ¡Je,je! ¿De qué, de qué? A mí me haría bien un diente de oro. ¡Qué lúcido! ¡Je,je! ¡Yo no me meto en nada! ¡En nada! ¿Qué me pueden hacer a mí si yo no me meto en nada? ¡Je,je! ¡Qué tío! ¡Vaya un diente de oro! ¿Por qué tengo yo miedo? ¡No gana uno para sustos! ¡Je,je! De repente, ¡zas!, ¡un diente de oro! «¡Alto! ¡Los papeles!». Yo no tengo papeles. ¡Je,je! Tampoco tengo un diente de oro. ¡Je,je! En este país, a los escritores no nos conoce ni Dios. Paco, ¡ay, si Paco tuviera un diente de oro! ¡Je,je! «Sí, colabora, colabora, no seas bobo, ya darás cuenta, ya…». ¡Qué risa! ¡Je,je! ¡Esto es para volverse uno loco! ¡Este es un mundo de locos! ¡De locos de atar! ¡De locos peligrosos! ¡Je,je! A mi hermana le hacía falta un diente de oro. Si tuviera dinero, mañana le regalaría un diente de oro a mi hermana. ¡Je,je! Ni Isabel la Católica, ni la Vicesecretaría, ni la permanencia espiritual de nadie. ¿Está claro? ¡Lo que yo quiero es comer! ¡Comer! ¿Es que hablo en latín? ¡Je,je! ¿O en chino? Oiga, póngame aquí un diente de oro. Todo el mundo lo entiende. ¡Je,je! Todo el mundo. ¡Comer! ¿Eh? ¡Comer! ¡Y quiero comprarme una cajetilla entera y no fumarme las colillas del bestia! ¿Eh? ¡Este mundo es una mierda! ¡Aquí todo Dios anda a lo suyo! ¿Eh? ¡Todos! ¡Los que más gritan se callan en cuanto les dan mil pesetas al mes! O un diente de oro. ¡Je,je! ¡Y los que andamos por ahí tirados y malcomidos, a dar la cara y a pringar la marrana! ¡Muy bien! ¡Pero que muy bien! Lo que dan ganas es de mandar todo al cuerno, ¡qué coño!
Martín escupe con fuerza y se para, el cuerpo apoyado entre la gris pared de una casa. Nada ve claro y hay momentos en los que no sabe si está vivo o muerto.
Martín está rendido.

Fragmento perteneciente a la novela de Camilo José Cela, La colmena (pág. 207).

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Crónicas estivales

Mi cuaderno gris

En París

París en los años 20

A mí, al principio, venían a visitarme algunas personas en París, en la Ciudad Universitaria. El visitante, al verme en un cuarto pequeño y pobre, debía de sentir una impresión de desdén.
-Esto no es nada -pensaba seguramente-. Si este señor tuviera unas grandes barbas y el pelo largo y vistiera muy bien o muy mal, o hablara el francés como un parisiense, o no supiera una palabra de francés, estaría en su sitio. Pero un hombre así, viejo, con un traje raído, una boina y un pañuelo al cuello, que habla un francés pobre y sin carácter, no vale la pena de tomar en serio. No es asunto para ocuparse de él y hacer un artículo.
(…)
Me preguntó varias cosas, a las cuales yo contesté, y luego me dijo:
-Oiga usted. ¿Cómo explica usted que, siendo un hombre atento, corriente, se tenga de usted la idea de que es usted un tipo brutal y de mal genio?
-Pues no sé a punto fijo. Me figuro que es una consecuencia de incompatibilidad en conceptos e inclinaciones. Mucha gente piensa, o por lo menos siente, que el que no tiene sus hábitos y sus entusiasmos es un enemigo. A mí me parece lógica la intransigencia tratándose de ideas esenciales.

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Bagatelas de otoño (pág. 16).

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Anécdotas

Anécdotas

Usted, que es una lectora inteligente y benévola, habrá notado, con seguridad, que yo marcho en estos últimos libros de recuerdos a la deriva. No puedo seguir un rumbo seguro y navego caprichosamente a la buena de Dios. Respecto al título, la mayor parte de las historias y anécdotas que cuento aquí son pequeñeces.
También hay para mí algo serio en este volumen; pero como las bagatelas dominan y las escribo en otoño, les he dado este nombre: BAGATELAS DE OTOÑO, y perdone usted la impertinencia, si es que la hay.
(…)
Como le digo, este centón, casi completamente formado por anécdotas, quizá le parezca a usted algo más mediocre que los otros volúmenes anteriores, que se ocupan de cuestiones de historia y de literatura; pero yo no creo que un libro sea bueno o malo sólo por el género que trata. (…) En este libro hay muchas anécdotas oídas; otras, contadas y pocas leídas.
Este libro, final de estas Memorias, es como una función de fuegos artificiales de aldea cuando comienzan a sonar los chupinazos, se levantan en la noche cohetes brillantes y va dando vueltas en la oscuridad una serpiente luminosa, que al último queda reducida a unas chispas que giran alrededor de unas aspas de caña.
Yo no sé si servirá para pasar el rato. Si sirve para eso, es bastante. Está uno viejo y gaga con poca fibra.
Ya que no puede uno dedicarse a grandes especulaciones, diremos, como el abate Swift: ¡Viva la bagatela!

Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Bagatelas de otoño (pág. 7).

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Eugeni d’Ors

eugeni ors

A las generaciones futuras les parecerá extraño que una de las causas del éxito inicial del Glosari de Eugeni d’Ors en este país fuese el hecho de que Xènius ha sido el primer escritor del renacimiento -palabra demasiado presuntuosa para ser de mi gusto, que utilizo porque no dispongo de ninguna otra-, que manejó con naturalidad o, al menos, con una naturalidad relativa, en diarios de cinco céntimos, alguna que otra idea gratuita; quiero decir desprovista de utilidad práctica inmediata. Fue un deslumbramiento.
(…) Si tuviéramos que hacer la historia de la taberna de Gervasi, tendríamos que presentar la historia de nuestra querida villa natal. Esta historia sería curiosa porque, además de ser muy corta tendría la particularidad de no contener ni hechos gloriosos ni personajes de fama y de renombre. Sospecho que esta falta de tradición brillante entristecería a mucha gente. A mí me encanta haber nacido en un pueblo que no ha producido ningún redentor ni ningún coleccionista de sensaciones raras, ni ningún predicador estentóreo. Esto me da una sensación de ligereza y de libertad.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 84).

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Chicas

Chicas prostitutas
Hay algunas chicas muy simpáticas, las de tres duros; no son muy guapas, esa es la verdad, pero son muy buenas y amables, y tienen un hijo en los agustinos o en los jesuitas, un hijo por el que hacen un esfuerzo sin límite para que no salga un hijo de puta, un hijo al que van a ver, de vez en cuando, algún domingo por la tarde, con un velito a la cabeza y sin pintar. Las otras, las de postín, son insoportables con sus pretensiones y con su empaque de duquesas; son guapas, bien es cierto, pero también son atravesadas y despóticas, y no tienen ningún hijo en ningún lado. Las putas de lujo abortan, y si no pueden, ahogan a la critatura en cuanto nace, tapándole la cabeza con una almohada y sentándose encima.
Martín va pensando, a veces habla en voz baja.
-No me explico -dice- cómo sigue habiendo criaditas de veinte años ganando doce duros.
Martín se acuerda de Petrita, con sus carnes prietas y su cara lavada, con sus piernas derechas y sus senos levantándole la blusita o el jersey.
-Es un encanto de criatura, haría carrera y hasta podría ahorrar algunos duros. En fin, mientras siga decente, mejor hace. Lo malo será cuando la tumbe cualquier pescadero o cualquier guardia de Seguridad. Entonces será cuando se dé cuenta de que ha estado perdiendo el tiempo. ¡Allá ella!
Martín sale por Lista y al llegar a la esquina del General Pardiñas le dan el alto, le cachean y le piden la documentación.
Martín iba arrastrando los pies, iba haciendo ¡clas! ¡clas! sobre las losas de la acera. Es una cosa que le entretiene mucho…

Fragmento perteneciente a la novela de Camilo José Cela, La colmena (pág. 202).

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