Muchas de sus palabras eran temerarias. Cuando se le arriaba más el vértigo de su norte, los topetazos contra las personas de carne y hueso hasta sentaban mal.
Fragmento perteneciente al relato titulado
«Noche de tropiezos y altivez» , del libro Relatos del fuego sanguinario y un candor (pág. 92).