Gracias a la visita al blog de Horrach, redescubro un vídeo que recordaba muy vagamente.
Así que recibo las primeras horas de la noche del martes, con unas copas, como hipnotizado viendo el vídeo, escuchando a Enrique Morente, metido en el sentido de Federico García Lorca. El vídeo lo hizo Víctor Sarabia, y está musicado, como digo, por Enrique Morente, que falleció hace bien poco (a su hija la escucho a menudo), y por Lagartija Nick, con letra, como digo, perteneciente a Federico García Lorca, al poema «Ciudad sin sueño», de Poeta en Nueva York.
(…)
Parece que la indisciplina en las aulas, el gamberrismo de las aulas, está calando en la política del país. Salta la noticia de que Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid, desea inocular a los profesores de Primaria y Secundaria el titulillo de «autoridad», semejante a la etiqueta de policías, jueces, etc. Así que tanto la agresión física como psicológica de los alumnos, o de sus papás, a los profesores podría pagarse con una temporada en prisión. ¿Quién puede creerse tan gran disparate? (…).
Me levanto. Miro en el cúmulo de papeles viejos de clase. No me sonaba haberlas tirado a la basura. Descubro copia de faltas de conducta que yo mismo he puesto a lo largo de todo un curso. En total son 108. Poquísimas, puesto que tengo una paciencia endiablada, aparte de que el castigo no casa con mi carácter. Pero hay normas en los centros, que los alumnos conocen, y uno no puede quedarse inmóvil frente a tan espinoso tema. Tampoco es pedagógico. A continuación salvo, para mi memoria, todos los textos que conservo de puño y letra, ordenados cronológicamente y por cursos.
(…) «No deja de jugar y alborotar con el compañero de atrás. Al ver que le ponía amonestación me ha dicho claramente: «tu puta madre». No lo he expulsado porque son las 13.25 h.».
(…) «Ha dicho en voz alta y clara “hijoputa” a uno de sus compañeros. Al indicarle que lo expulsaba de clase, se ha puesto amenazante conmigo. Por otro lado, veo que este alumno se está tomando demasiadas libertades respecto a mí: al principio de esta misma clase, para llamarme, ha clavado su dedo, fuertemente, varias veces en mi hombro.».
(…) Fragmento perteneciente a DIETARIO EN RED 2009-2010
Ahora que se extingue el verano, ahora que se aproxima el ruido de las aulas, ese carrusel imprevisible, echo la vista atrás. Se evapora el verano, como una sonrisa acartonada, como una sonrisa de bella frescura que hechiza, como cualquier cosa que se apaga. Se retira del tapete el verano, el mayor periodo vacacional de los profesores. Y yo no he dejado de trabajar. Desde un punto de vista técnico, yo no he hecho vacaciones. Dicen que sarna con gusto no pica. Este es mi caso. Salvo unos días, durante la primera semana de julio, en que me dediqué a rascarme la barriga, no he dejado de escribir, de corregir, de escribir, de corregir, de escribir, de corregir, sin perdonar un solo día, como una máquina literaria. Sarna con gusto no pica.
Antes de concluir el examen de la segunda edición de Relatos del fuego sanguinario y un candor, me fui a Toledo. A escribir. Toledo. Allí siempre con mi libreta y mi bolígrafo, escribiendo en cualquier recoveco. Sobre un escalón. Sobre una piedra. Sobre unos hierbajos. Sobre mis pies, tieso como un palo. Sobre alguna nube de mullida inspiración. Jamás me detuve. Jamás me detengo. Mientras la gente pasa como si no existiera yo, como si no existiera ella misma. Hasta que se deja notar, con sus clavos, las menos de las veces. O con sus dedos de tulipán, las menos de las veces. Siempre escribiendo. Siempre corrigiendo. Sarna con gusto no pica.
Terminé la corrección de los relatos hispanoamericanos. Pero lejos quedó la interrupción del respiro. Pocos días antes ya me había adentrado, de cabeza, en la magistral joya del Lazarillo. Y me afané en trasladar su arcaico y engorroso texto al español actual. Toda una doma sintáctica. Toda una investigación sobre el sintagma inexistente hoy. Y ese léxico en desuso, o que hoy significa lo contrario. Menudo lío. Menudo desafío. Y qué inmenso placer. Tocar palabra a palabra, sin prisas, y hasta con cariño, la gran obra de Alfonso de Valdés, el autor del Lazarillo, oculto en el anonimato casi medio milenio, un autor cuyo rastro, en mi obra, aparece explícitamente en Como las víboras.
Sí, en efecto, voy a publicar una lectura adaptada del Lazarillo a los modos actuales del castellano. Para que los ojos hagan una lectura continua, sin que tengan que frenarse en las notas de a pie de página, si es que las hay. Para que se lea un texto tal como el gran Alfonso de Valdés lo hubiera escrito hoy. Sin que queden dudas. Cada folio del texto lo voy solucionando en una hora y media, más bien larga, con un resultado sorprendente. Qué gusto. Y sin escatimar consultas. Muchas. Muchas veces, en el meollo de los rigores de la larga canícula que hemos soportado, con el revés de la mano he tenido que enjugarme las pestañas, literalmente empapaditas de sudor. Sarna con gusto no pica. Qué gusto. El Lazarillo, átomo a átomo, cristalizado en mi maquinaria literaria.
—Bien está, Antonio. Gracias.
—Gracias a ti, Alfonso. Todo un honor, erasmista.
Prosigo. Voy por el folio 43. Ya quedan menos. El sol hoy no se cuece tan enojado. Las excavadoras de la calle descansan. Sarna con gusto no pica.
La fiebre. Estoy que no levanto cabeza. Hacía veinte o veinticinco años que no me atacaba la fiebre. Más bien veinticinco. Mis recuerdos con fiebre se remontan a la niñez, a la primera juventud. Que me ataque la fiebre, con mis bríos adultos, es algo nuevo, demasiado insólito, raro.
Ayer, a mediodía, cambié el abrigo por la chaqueta. Ya asoma, por el lejano horizonte, la cabecita de la primavera, con su humor efusivo, arremangado. Ya se atisba la alegría descansada del próximo espacio en blanco, el siguiente periodo vacacional que me toca, el que ofrece la Semana Santa. Si todo va bien lo aprovecharé para poner pies en polvorosa: Córdoba.
…y mi último amor, chica de la que no sé si consiente esta foto en la internet, porque la tengo ilocalizable. Se dice que todos los que escribimos en un blog tenemos algo de exhibicionistas. No me extrañaría que cualquier día saliera aquí la fotografía de mi culo. Tampoco me sorprende presenciar cómo las personas de mi entorno, en cuanto se enteran de que escribo la historia de mi vida, con la espontaneidad que ofrecen los bits, se alejan de mí para que no saque a relucir, sobre todo, las taras que se les escapan relacionándose conmigo.
A continuación ofrezco una lista de los comentaristas que aparecen en este tomo de memorias. Cito los nombres y seudónimos por orden de aparición:
Anónimo
La verdad sobre Senabre (José Miguel Desuárez y Mercedes Marcos Montfort)
Espesa
glavez es un pendejo
AS
Gálvez, el español
r
Medea
Mallorquina
Britboy
Oscar
Sargantana
Michele
Erer
Sarita
Idoia
Refresco
Bruno
Marcos
Weirdo
Sarita
Manu
Yo
Ahvahíva
Héctor Fernández
Harold
Juan I.
Calduch
Irene
Albedrfto
Asmodeo
Dr.House
Salian
Pestoso
Peque
Carlos Peña
Frondoso John
Luxem
El vaqueo del Oeste
Miguel
hal9000
Cecilio
JuanjoG
Alma
Lucio
Albantta
Sievert
Manolito Gafotas
Mexicano
Ferna
Ojkar
Analía
Pepe
Setenton
Observador
Koyote
malu
KARIN
Jcsuero
Josep Mª Planas
Miguel Ángel
LifePlus
Sebastian
Mario
Ramon
Frikosal
Anna Ramos
Pacman
Narcisa
Florenci Salesas
Isabel
menta fresca
dany
maria mercè
sandra
Estrella
Dani
Andrés
Perfecto Marcarell
Monique
Horrach
Matilde
Valefort
Margarita
Una
Sukaina
Celestee
Joselu
Esteruca
Xhandra
Antonio Ruiz Bonilla
Esta semana ha sido la semana de vuelta a las aulas. De la semana de vuelta a las aulas salvo un minuto, un minuto crepuscular, un minuto hipnotizador: el de la luna llena cuando corona la puerta de mi balcón.
Aprovechando el paréntesis de los sábados y domingos en lo que ahora puedo llamar «regularidad bloguera», les muestro cómo es un libro, cualquier libro, en bruto. Empezamos con la cubierta, que fotocomposición te remite, donde aparece, en una larga lámina, toda la tapa de la obra, incluyendo las solapas, los pliegos, etc., como se puede ver arriba. Luego le sigue lo más duro para el autor, como es la corrección de la tripa. Esto de la tripa no es una metáfora mía, sino el nombre que recibe en el gremio la paginación de los libros, en la que puede aparecer el número de la página o no, dependiendo de si es página blanca o no. Vean el grueso que supone Dietario en Red 2007-2008:
Me ha costado mucho trabajo. Se me han quemado muchas pestañas. Vean un ejemplo de corrección (se me había olvidado en el documento de Word, abrir comillas):
Mucho trabajo, pero también un placer. Sobre todo al comprobar que el libro se me enriquece con muchos de vuestros comentarios, por esa manía mía de conservar en la memoria lo bueno de lo vivido.
Muy de mañana. Y enfrascado con el archivo fotográfico que dejó mi niña Paz en la Red. Qué recuerdos. Volveré a colgar muchas de estas fotografías. En medio de la rutina del copiar y pegar, acaba de saltar la sorpresa. Me he reencontrado con un comentario, que creía perdido para siempre, sobre mi novela El Paseo de los Caracoles. La firmó un tal Caliban. Aunque no aparece la fecha en mi documento de Word, sé que data de 2004, y que es seguro que pertenece a César, un compañero de instituto, profesor de inglés, que tuve en Esplugas. Gracias, amigo. Tu análisis pasa ya, con tinta fresca, a los anales de mi memoria.
Caliban:
EL OLOR DE LOS CIPRESES
Otro libro en mis manos. Un fin de semana para disfrutarlo. Qué más se puede pedir, con lo que necesito últimamente del negro sobre blanco para apaciguar desazones. El libro en cuestión es de un joven escritor barcelonés, Antonio Gálvez Alcaide. Se titula El paseo de los caracoles, y en mi opinión es un hermoso ejercicio narrativo, poco frecuente en los tiempos que corren, que embelesa al lector, lo guía por casi todos los recovecos vitales —y mortales— del barrio de les Planes, entre Cornellà y Sant Joan Despí, y al remate lo deja con la impresión de que, para nuestro alivio y mayor esperanza de los letra heridos, aún hay gente que escribe con la pasión y la devoción que sólo pueden emanar de un amor verdadero, profundo, casi exclusivo, por la literatura.
Cómo se nota que Gálvez está prendado de la escritura. Su libro me ha asombrado. Una corriente de tinta fluye, suave y sin arrugas como una seda, a lo largo de unas páginas que me costará olvidar. Sorprende la reciedad de una lengua sin tapujos, de expresión justa y parca, pero a la vez exquisitamente sensible y profunda. Esto resulta en una lectura que te duele y te emociona a la vez, como lo hace la vida cotidiana, todo lo que vemos, oímos y palpamos, los avatares de nuestras existencias.
Personalmente, El paseo de los caracoles me ha marcado, no sólo por la calidad literaria que rezuma en abundancia por sus páginas, sino tal vez también por el momento en que lo he recibido. Cosas vividas que había olvidado, eso creía yo, como un antiguo amor que se me cae a los pies, tropiezo en él y me doy el gran morrazo. Y poco antes, ha planeado sobre mí la amenazadora sombra del buitre de un dolor de mal nombrar y peor sufrir. La tortura de la mente me flagela el cuerpo. Sí, será eso. He pensado mucho estos días, le he dado vueltas a la cabeza sobre lo que significa la muerte y quiero explicar la impresión que me ha causado esta lectura, y lo que me ha enseñado. Porque desde pequeñito tengo la sana costumbre de aprender algo nuevo todos los días, antes de acostarme.
La muerte nunca me había mirado a la cara. Sólo la veía reflejada en los rostros de seres queridos, y me aterrorizaba. Ahora ese pánico se ha vuelto aceptación, y en cierto modo, curiosidad. No tengo gana alguna de morirme, pero ya no me da miedo. La muerte es la vida y ambas son inseparables compañeras. Gálvez en su Paseo nos la hace ver con otros ojos. Y de ese modo no me importaría disolverme en ese otro mundo, y flotar en la buena compaña de sus habitantes. Tomarme unos finos en el bar “Los Cordobeses” con el Olivotranco, y hablar de su pueblo y de los míos, siguiéndole el rastro con la vista a la rata Susana. Me moriría aunque sólo fuera por beberme las lágrimas de las negras pestañas de Mercedes, hermosa en ambas vidas. Leería poemas con Fernandín de Rodríguez, flotando detrás suyo, por encima de su hombro. Y a mí, como al buenazo de Pepín, también me encantaría palparle bien el culo a la morenaza Gemma.
Curiosamente, cerca de mi barrio, que es periférico, inmigrante y barcelonés, también hay un cementerio, y desde que me aventuré por las páginas de este libro, siento de vez en cuando el impulso de visitar el camposanto, a pensar en los vivos y en los muertos, a impregnar mi cuerpo y henchir mi olfato del dulce olor de los cipreses, que me sirva de incienso en una ceremonia de reconciliación conmigo mismo. Hace poco, una tarde soleada de las pocas que hemos tenido esta primavera, me quedé absorto en la observación de uno de esos árboles, que apuntaba al cielo como una espada verde. Al poco rato me pareció que me enroscaba a su alrededor, que lo envolvía y me aferraba a él como algo que se ama y se necesita a la vez. Poco después flotaba por los aires y contemplaba desde lo alto el barrio donde nací y me crié, otro barrio obrero que dio nombre y carta de existencia a los altres catalans. ¿Será que he traspasado los lindares de ese “otro mundo”? No lo sé a ciencia cierta, lo que sí sé es que hacía tiempo que no me sentía tan a gusto. Es como una nueva dimensión.
La playa de Castelldefels. Qué recuerdos. Esta playa sale en uno de mis artículos de ABC. Fue el cuarto. Y también en alguna parte de la novela Caliente.
Sale El informe del roedor. Ya era hora. Como saben muchos, se trata de la novela aquella que fue finalista, en 1998, con otra de las mías, El Paseo de los Caracoles. La carambola se dio en el premio de novela Prensa Canaria, aquel premio dotado con tres millones de pesetas que hizo público, como recogieron algunos medios, los títulos de las seis novelas que llegaron a la final (de las seis, dos eran mías). Alba Editorial publicaba la obra ganadora. Rosa Regás fue uno de los componentes del jurado. Indudablemente, el hecho de que casi la mitad de las obras finalistas fuesen mías, influyó a la hora de publicar, siquiera, una de las mías, como así ocurrió. Hoy no quiero recordar aquella semana del fallo del premio.
Con muy mal sabor de boca, acabo de rechazar una invitación de Anna Caballé, una de mis profesoras de la Universidad, actual responsable de la Unidad de Estudios Biográficos. Ayer recogí una carta suya manuscrita. Me dice que se ha leído de un tirón Dietario en Red 2004-2006. Y me invita a que dé una charla sobre mi experiencia literaria. Mi experiencia literaria.
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