—Ya has comprado este edredón. ¿Una tele? ¿Para qué?
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 132).
—Ya has comprado este edredón. ¿Una tele? ¿Para qué?
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 132).
—Di que sí. Qué bien les has leído la cartilla. Nos tienes que meter a todos por vereda.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 126).
El domingo transcurrió —como suele decirse— como la seda. Sólo se apreció en Salvador un hueco intrincado, que Magdalena alisó de inmediato. Los graves lances recientes coleaban.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 113).
Al otro lado de la Rambla, justo enfrente, a unos quince metros, descubrió a su esposa fallecida, muy cerca del bordillo donde encontró la muerte.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 88).
Avanzó por los Palomos, como él decía, el Passatge dels Coloms, el sombrío pasaje porticado de recias columnas tapiadas, el pasadizo que exhuma olor de frutas y verduras rebozadas con hielo de pescado.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 87).
Cuando empezaba a admitir la posibilidad de que su adorada Magdalena podía estar muerta, sonó una sola vez el timbre rompiéndole, de cuajo, el inicio de un nuevo tormento.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 79).
Le informaba de que se vería obligado a salvar el amargo obstáculo del bordillo
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 67).
Buena parte de su discurso sobre Salomón está documentado en el Antiguo Testamento.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 66).
—Vive en la calle de las Cabras, en un canto de la Boquería, con el que fue su macarra, el macarra Ramón, que la quitó de la calle,
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 64).
—¿Y por qué tienes ganas de llorar? ¿Qué te pasó?
—Todo está muy triste y muy feo. ¿Tú no te das cuenta de eso?
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 42).
Un cielo violeta, bajo una amanecida de domingo, la del 18 de diciembre. Recién abofeteado por la fuerza del viento, el viejo profesor abre la puerta de su casa. Piensa que parece un zarandillo.
Fragmento perteneciente a las memorias noveladas de la serie El viejo profesor