Un estímulo que pellizca, un suspiro descarrilado, unos puntuales latidos en las sienes, como el inesperado y brusco titilar de la angustia, son suficientes para sacarnos fuera. Repentinamente notamos que una parte de nuestro espíritu serpentea como los soplos del aire, entre las bocanadas del aire, y lo detenemos. Pero hoy debe ser distinto.
Fragmento inicial del artículo «Tímido esbozo», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 37, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya a la venta.
Aquí no hay quien pare. Casi cuarenta grados. Las vacaciones. La sierra. La siesta. Seguro que ustedes asocian la severidad de una canícula áspera, casi en chispas, con determinadas escenas delirantes. Pues aquí no hay quien pare.
Fragmento inicial del artículo «Cuestión de pulmón», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 33, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya a la venta.
Articulismo formal recoge un conjunto de crónicas y artículos de opinión del escritor barcelonés Antonio Gálvez Alcaide. Se distinguen dos etapas: las obras que vieron la luz en formato papel, aquellas editadas en el diario ABC y en la revista Lateral, y las que salieron exclusivamente en formato digital, las que se publicaron en Debate21 y en Dietario en Red.
El articulismo del escritor barcelonés está concebido como pieza literaria, una artesanía que oscila entre la ironía, el sarcasmo y la sensibilidad poética, dentro de un lenguaje muy connotado, rebosante de imágenes. En definitiva, una orfebrería muy difícil de practicar en la profesión periodística actual. La variedad temática es amplia. Se podría clasificar del siguiente modo:
Escritos de índole literaria, como los titulados Unos tragos, Centenario, La mala suerte de Cervantes, Un texto plagado de kas, Josep Pla en movimiento, «Carta a los jóvenes escritores», En la tumba de Josep Pla, El premio Planeta, Sobre la narrativa actual, En la tumba de Camilo José Cela, Hablan de Bukowski, Presentación, Palabras irreverentes.
Escritos de índole política, como Sensaciones, Anécdota con mote, Asuntos grotescos, Nacionalidad catalana, Ricardo Costa, Independentistas catalanes, Oriol, hijo de Jordi Pujol, Hoy, votaciones europeas, Felipe VI, ¿Monarquía, o República?, Barcelona, 11 de septiembre, Barcelona, 12 de octubre, Contra la independencia de Cataluña, Oriol Junqueras, el del ojo, Barcelona, el cementerio de las moreras, y el día después, Pablo Iglesias en Barcelona.
Y escritos de índole social, como Cuestión de pulmón, Un tímido esbozo, Sobre el amor a los esqueletos, El agua de la Luna, Tiger Woods, Un mártir de nuestro tiempo, Ola de frío, Olvido Hormigos, no te olvido, La momia del general Prim, Un indignado curioso, El Blachman de Dinamarca, Violencia de Género, El Atlético, campeón de Liga, Ecos de Can Vies, Barcelona.
A uno le van las letras, incluso en la sopa. Algunas veces me alimento con sopa de letras, aun sabiendo que pasado un tiempo he de evacuarla. La necesidad obliga («miseria homini»). Letras y más letras. Letras en berrinche, letras en desbandada, letras delicadas, letras afiladas, letras ensopadas, letras papanatas, letras para dar y vender.
Fragmento inicial del artículo «Un texto plagado de kas», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 29, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
De nuevo los tanteos y escurribandas acerca de la política lingüística catalana, como esos gallos que picotean el suelo en busca de bichitos y granos imprevistos. El hastío y una reconcentrada y provocada mueca estupefacta me llevan a mirar hacia atrás.
Fragmento inicial del artículo «Asuntos grotescos», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 25, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
Playa de Castelldefels, Barcelona. Hora temprana, templado aliento solar, cielo abierto, sin legañas de algodón, abierto, muy abierto, de un azul agreste que se inyecta por los poros a fin de que renazca la euforia. Olor a gambas a la plancha, a algas como pinos, a cremas de polen dispuestas a combatir los arañazos del sol.
Fragmento inicial del artículo «Anécdota con mote», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 21, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
Cuando algunas noches se me cruza la luna por los ojos, vislumbro en ella, según la órbita de su inclinación, escalonadas fraguas con manchas de pulmones ahogados en agua. Entonces recuerdo los destellos de numerosas imágenes regaladas, multitud de olivares, higueras, juncos afilados llenos de pasiones rojas, limo y matas de pelo.
Fragmento inicial del artículo «Centenario», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 19, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
«Centenario», ABC, 05/06/1998. A los cien años del nacimiento de Federico García Lorca
Como las sensaciones son unas impresiones, más bien frías, que se le suben a uno por la calle arriba del espinazo hasta llegar, con su estela de variadas memorias, a los mismos pies de la conciencia, tendrá que transcurrir una treintena de días, con sus savias en tromba, para que se me aplaque el fulgor sensitivo que produjo la visión de todo un Presidente a escasos metros de mí.
Fragmento inicial del artículo «Sensaciones», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 15, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
Ahora que las alturas de la mercadotecnia aúpan a los novelistas recién salidos de su más tierna edad, con el fin de que consagren el retrato de la más sórdida inmediatez. Ahora que muchos niños plumíferos se afanan en elevar a rango literario las más infantiles torpezas, que ni siquiera los correctores aciertan a enmendar.
Fragmento inicial del artículo «Unos tragos», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 13, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
¿Que opine sobre la narrativa actual? La respuesta es sencillísima. La narrativa actual es […]. La asepsia es el […] dominante. Nada de […]. Todo […]. Ninguna […] de otra. Todos los narradores […], como […].
Fragmento inicial (muy fragmentado, yo diría que divertidamente censurado) del artículo «Sobre la narrativa actual», perteneciente al libro Articulismo formal (pág. 81, Morfeo Editorial, Barcelona, junio, 2020), ya en preventa.
Como no podía ser de otro modo, suscribo, hasta el último punto, la nota que Morfeo Editorial ha publicado esta mañana sobre el coronavirus Covid-19 en relación a su actividad editorial.
En lo que a mí me toca, me comprometo a seguir en línea con Morfeo, siempre que no haya circunstancias mayores que impidan mi total disposición.
Cuídense, y pórtense bien.
Un abrazo.
«Dada la gravedad sanitaria provocada, a nivel mundial, por el coronavirus Covid-19, Morfeo Editorial informa de que, en la medida de lo posible, mantendrá su programación editorial semana a semana.
Aprovechamos para desearles a todos mucha suerte en esta situación, nunca experimentada, de estado de alarma y confinamiento sine die, en pos de la protección de un enemigo invisible.
La publicación de “La mala suerte de Cervantes” (2/3) saldrá en esta plataforma el domingo que viene a la hora de siempre (hacia las 11.00, hora peninsular española).
La novedad de esta semana ha sido la preventa del libro donde se insertan todos los artículos que venimos publicando, en esta plataforma, en los últimos meses, titulado ARTICULISMO FORMAL. Aquí tienen el enlace, donde también aparece la sinopsis del libro.
Movido por el afán de la precisión del adjetivo, que Josep Pla manejaba magistralmente, y leyendo uno de los periódicos atrasados que acumulo en el quemadero, me pongo a averiguar el grado de precisión de un adjetivo colocado por Manuel Vicent, en El País. Manuel Vicent califica de «gloriosa» la erección que mantienen en un posado fotográfico los filósofos Friedrich Nietzsche y Paul Rée, junto a la preciosa Lou Andreas-Salomé, quien no solo merece a su alrededor una gloriosa erección, sino miles. Aquí tengo remarcado en rojo las llamativas líneas de Manuel Vicent, escritor valenciano, una de las últimas sonrisas que actualmente escriben en los periódicos.
Como internet lo contiene todo, incluso la piedra filosofal, si se rebusca como en una escombrera, puesto que el destino premia a los humildes; como internet lo contiene todo, digo, me puse a buscar, con cierta ansiedad, la confirmación de que Friedrich Nietzsche, bastante famoso por su teoría filosófica del «superhombre», maridaba a la virtud idealista del superhombre un correspondiente plano físico de supercojones. Encontré la fotografía, y la decepción no pudo ser más profunda, puesto que me llevó a ella la estupenda adjetivación de Manuel Vicent, en este caso fallida. Aquí está la fotografía.
La erección de Paul Rée es tan mínima que ni se aprecia como tal, y la erección de Friedrich Nietzsche, absolutamente alejada de Príapo, es tan vulgar como deslucida. Puesto que las gloriosas erecciones miran al techo, no hacia el frente, la de Friedrich, o hacia el suelo, que ya resultan patéticas, por lo que tienen de capa caída. Un consejo: si usted desea conocer una gran variedad de erecciones, con nombre, vaya usted a mi CALIENTE.
Otro consejo: si usted desea poseer una gloriosa erección, digiera usted una comida diaria como lo hacían vuestros abuelos en sus pueblos. O sea, coma usted comida de pueblo. No importa de qué pueblo. Verá usted cómo al cabo de unos meses el glande de su erección saluda al cielo. Doy fe de ello.
(El nacionalismo y Pío Baroja, decimosexta y última entrega)
Pío Baroja en el Parque del Retiro de Madrid.
Peor aún que la doctrina nacionalista me parece el procedimiento de los catalanistas. ¿En dónde, en qué está legitimada la campaña antiespañola que ha hecho durante muchos años el catalanismo? Yo he visto en periódicos extranjeros cómo se insultaba a los españoles estúpidamente, y sabía de dónde salían esos artículos publicados en periódicos italianos y franceses; he visto disfrazar la historia y la antropología, y todo con móviles mezquinos y bajos.
(…) Hoy, al lado del sabio, no está el sacerdote, ni el guerrero; hoy, al lado del sabio, marcha junto a él, muchas veces delante de él, el revolucionario. Alguno preguntará: ¿Qué consecuencia se puede deducir de sus palabras? La consecuencia que yo obtengo es esta: Cataluña es, hoy por hoy, un pueblo grande, un pueblo culto, que no ha encontrado los directores espirituales que necesita; que no ha encontrado sus escritores, ni sus artistas, porque una nube de ambiciosos y petulantes, más petulantes y ambiciosos que los que padecemos en Madrid, han venido a encaramarse sobre el tablado de la política y de la literatura y a pretender dirigir el país. Estos geniecillos pedantescos, estos Lloyd Georges de guardarropía, son los que necesitan cerrar la puerta de su región y de su ciudad a los forasteros; son los que necesitan un pequeño escalafón cerrado, en donde se ascienda pronto y no haya miedo a los intrusos; son los que quieren reservarse un trozo de tierra, hoy que nosotros creemos que la tierra debe ser de todos. ¿Y el remedio?, preguntará el que esté conforme conmigo. El remedio es uno: destruir, destruir siempre en la esfera del pensamiento. No hay que aceptar nada sin examen; todo hay que someterlo a la crítica: prestigios, intenciones, facultades, famas…
(…) Voy a concluir, porque estoy cansado de tener la pluma entre los dedos. No pretendo ser exacto; sé que soy arbitrario, pero me basta con ser sincero. Yo no llamo revolución a herir o a matar; yo llamo revolución a transformar.
(…) Que nuestra inteligencia sea como la reja que destroza la dura corteza del suelo. Que nuestro sentimiento crítico sea como el ojo del labrador que sabe distinguir la cizaña del trigo. Destruid y cread alternativamente y el porvenir de España y el porvenir de Cataluña será nuestro.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 100).
(El nacionalismo y Pío Baroja, decimoquinta entrega)
Pío Baroja, junto al mar de San Sebastián.
Además, el nacionalismo lleva un cargamento histórico que la masa popular, con un gran sentido de la realidad, mira con un desdén absoluto. La masa popular es radical, es antitradicionalista, es antihistórica, y tiene razón. Su instinto le hace comprender que en la tradición está su enemigo. El hombre que vive en el pasado no ama el presente y quiere vaciar casi siempre el porvenir en el molde de lo pretérito. Nosotros, no; nosotros no queremos ocuparnos del pasado, no queremos saber las fases que han servido de etapas al martirologio del pueblo. La Humanidad ha levantado dos grandes construcciones: la Historia y la Ciencia. La Historia es como un río, tan pronto claro, tan pronto turbio, que viene de la oscuridad de las edades lejanas; la Ciencia es la construcción sólida de la Humanidad, la única bienhechora; ella, poco a poco, a medida que avanza, nos va dando el pan del cuerpo y del espíritu, y va alejando de nuestro lado las enfermedades y la muerte.
(…). Sí, la ciencia es sagrada; podremos comprenderla o no; podrá estar por encima de nosotros, pero no importa, es nuestra protectora, es nuestra madre. La historia, no; la historia es traidora, la historia es reaccionaria, la historia trata de escarmentarnos con el ejemplo; pero, afortunadamente, los pueblos no tienen memoria y olvidan a los tiranos y olvidan a sus verdugos. Es la manera mejor de vengarse de ellos.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 96).
(El nacionalismo y Pío Baroja, decimocuarta entrega)
Pío Baroja en Itzea, en 1918.
Yo no creo que haya nada útil, nada aprovechable, en el nacionalismo; no me parece, ni mucho menos, el régimen del porvenir. Si ya a los hombres nos empieza a pesar el ser nacionales; si ya comenzamos a querer ser solo humanos, solo terrestres, ¿cómo vamos a permitir que nos subdividan más, y el uno sea catalán, y el otro castellano, y el otro gallego como una obligación?
Porque ahora lo somos todos, claro, según nuestro nacimiento; pero yo, vascongado, voy a vivir a Madrid y soy un madrileño, sin necesidad de exigirme expediente, y el aragonés, o el valenciano, o el gallego que viene a vivir a Barcelona es un catalán como el que haya nacido en Reus o en Gerona.
(…) ¿Y por qué obligar al que se siente castellano o aragonés, que es una tierra de trigo, de viñas y de olivos, a identificarse con el vasco verdadero, de una tierra de maíz y de manzanos?
No, yo no veo en el nacionalismo como un régimen del porvenir; podrá ser un camino en países constituidos por razas distintas: en Austria, por ejemplo, en donde los checos luchan contra los sajones; en Rusia, donde los polacos luchan contra los eslavos; en los Balcanes, en Finlandia, en Irlanda; ¡pero aquí!, aquí no tiene razón de ser y creo que en el fondo no tiene tampoco raíz; creo que en el fondo no se sostiene más que por rivalidades personales, por celos de unos personajes contra otros, por ver el modo de quitarse la parroquia mutuamente.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 96).
Hoy, en El País, aparece una entrevista a Javier Marías. Destaco su titular: «Que un libro siga vivo es un milagro». Efectivamente, Javier Marías es paradigma del despiste. Porque siendo tan inteligente, tan vivo, literariamente tan reconocido, es víctima de un despiste al dejar claro como el agua el hecho de NO haberse enterado del siglo en que vive: el siglo XXI, con toda la revolución que provoca en cualquier rama de la CULTURA la fusión digital.
Javier, @jmariasblog,
permíteme alertarte, sin enojo:
en lo literario,
todavía NO te has enterado
de que vives en el siglo XXI
Despistada declaración de Javier Marías
Última actualización
¿Un milagro que un libro siga vivo?
Pues a día de hoy, yo atesoro ya dos docenas de milagros
(El nacionalismo y Pío Baroja, decimotercera entrega)
Curioso billete de 25 pesetas (cinco duros).
Así, como decía antes, que era muy posible que no hubiese problema catalán, creo también muy posible que no haya dentro de ese problema, si lo hay, cuestión de rivalidad de lenguas.
La cuestión del predominio del idioma se ha de resolver por el tiempo. El castellano se ha convertido en español y hasta en hispanoamericano; es una lengua tan nuestra como de los demás españoles, tan del catalán como del gallego o del vascongado.
(…) Hace unos días se decía que los yaquis querían proponer el español como un idioma universal. ¿Y no sería estúpido hacer perder la extensión de una lengua, que es también de uno, por un prurito de amor propio? Dar a entender, como lo hacen los catalanistas, que el castellano se conserva en Cataluña por la presión oficial, es un absurdo. Aquí, en Barcelona, se han hecho en estos últimos tres o cuatro años grandes Enciclopedias; pero se han hecho en español, y es natural, porque es la única manera de tener la venta en América, porque el interés de todas las regiones españolas es hacer del español una lengua expansiva.
Ante los hechos es ridículo afirmar es despotismo central en la cuestión del idioma. Es naturalísimo que de los cuatro o cinco idiomas nacionales haya preponderado uno, y esto ha pasado en Francia y en otros países, y esto pasa en España; pero el Estado no ha hecho presión aquí y, si la ha hecho, no ha sido tan enérgica como la han hecho en Francia, en Alemania y en Inglaterra, con sus idiomas regionales.
(…) Todos los pueblos que caen quieren regiones más o menos separatistas, porque el separatismo es el egoísmo, es el sálvese el que pueda de las ciudades, de las provincias o de las regiones.
Ya sé que no se puede hablar hoy de separatismo, porque los nacionalistas, aun los más absolutos, no quieren llamarse así. ¿Pero esta es una cordialidad que debemos agradecer o es el reconocimiento de que no se puede vivir separados? ¿Es un mérito o es el convencimiento de que no se pueden cortar los lazos con que nos une a los españoles, sobre todo, la geografía?
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 92).
(El nacionalismo y Pío Baroja, duodécima entrega, en un inciso)
Pío Baroja, asomado. Parece que nos esté diciendo: «Buenos días, buenos días».
Esta ciudad está orgullosa de sus artes suntuarias y se considera bien ornamentada. Yo os diré que la arquitectura barcelonesa me parece aparatosa y petulante. (…).
Entre nosotros, los arquitectos, con un sentido que me parece bárbaro, quieren ser individualistas; así cada cual se va por los cerros de Úbeda; así hay casa en Barcelona que parece una caverna, otras que tienen el aire de un animal vivo, de un cangrejo puesto de pie o de una montaña de caracoles. (…).
Yo no quisiera vivir en una de esas casas que tienen las puertas parabólicas y los balcones torcidos y las ventanas irregulares; me parecería que me había vuelto loco o que me encontraba preso de los ensueños de una digestión difícil.
Decía el poeta José Carner, cuando yo abominaba de estas puertas parabólicas, que mi enemiga contra ellas era de salvaje. Yo creo que no, que es de civilizado. Esa forma de puertas repugna al sentimiento del equilibrio y de armonía que llevamos dentro.
No soy partidario de lo que se considera aquí como arquitectura artística; primero, porque no representa nuestra época; después, porque estas casas no son absolutamente higiénicas. (…).
Comparad la Sagrada Familia con la Catedral, y esa apreciable familia os parecerá completamente grotesca; comparad cualquiera de los palacios nuevos con la Audiencia o con la torre que hay en esa plaza que creo que se llama de Santa Ana, tan sencilla, tan esbelta, tan armónica.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 84).
Si estas palabras las oye un redactor de La Publicidad, dirá, como decía ayer, que yo no tengo ni memoria ni lógica, y no tengo ninguna de estas cosas importantes, porque antes hablé del semitismo de los catalanes y el otro día dije que Barcelona es la forja donde se funden los ideales colectivos de la España del porvenir.
Yo no veo aquí la falta de lógica. Yo dije que en Cataluña había espíritu judío, y es verdad; yo lo sigo creyendo; este espíritu judío está en muchos comerciantes ricos catalanes, está en muchos de esos hombres que han empujado a España a una guerra imbécil en Melilla; está en los que, después de explotar a rincones desgraciados de nuestro país, han tenido la estupidez de desear que España desaparezca y de gritar muera España, como si se pudiera desear la muerte de un país noble y desgraciado.
Yo no he hablado nunca mal del pueblo de Barcelona; he hablado mal principalmente de sus magnates, de esos señores que han despedido a los soldados con un escapulario y una cajetilla; he hablado de sus intelectuales, que me han parecido pedantes, afectados, mezquinos, y he dicho que tienen espíritu judío; lo he dicho y creo que lo seguiré diciendo, si así me lo parece.
Que yo he afirmado en una novela mía que Prim se parecía a un bandolero y ahora alabo a Prim, dice La Publicidad. No; asegurado así es de mala fe.
En una novela mía un personaje lo dice; yo, no. Pero aunque lo dijera yo, yo no tengo inconveniente en admirar a un bandido. Entre un bandido y un gran comerciante, yo casi prefiero al bandido. El uno roba en el camino real y el otro roba con el libro de cuentas.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 81).
Yo lo digo, porque lo creo así; para mí vuestros intelectuales y vuestros políticos no han estado a vuestra altura; ni os han descubierto, ni os han estudiado, ni os han dado beligerancia ante el mundo. Yo lo decía con indignación de los catalanistas. Cataluña y Barcelona se conocen en el mundo, más que nada, por sus revueltas románticas, por el ansia de ideal de su población proletaria.
(…). Barcelona que, por su aspecto, por su sentido colectivo y por su población obrera es una gran ciudad, es, por sus intelectuales, por sus genios catalanistas, de una mezquindad bastante grande, de una cursilería bastante pintoresca.
Yo no les odio, ni mucho menos; aunque creo que si fuera catalán les odiaría; ¿pero cómo tomar en serio estas pedanterías pesadas de mi amigo Corominas, de este gran hombre cuyos pensamientos están como nadando en grasa, ni considerar como definitivas las brillantes flatulencias de Gabriel Alomar, ni dar importancia al esnobismo sin gracia ni ligereza del Xenius de La Veu de Catalunya? Yo, como digo, no les odio; pero me parecen insignificantes, más insignificantes todavía que nosotros, los del resto de España; porque allí, al menos, el pueblo no nos oye ni nos hace caso; pero aquí, sí; aquí está atento, aquí no se puede desvariar sin tener una grande responsabilidad. Allí los que escribimos somos como oficiales honorarios, que no tenemos soldados; aquí, no; aquí son como oficiales poltrones de un ejército admirable. Aquí el pueblo es culto, aquí el pueblo tiene un fondo social que no tiene el resto de España.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 79).
Pío Baroja, enfermo de muerte, con Ernest Hemingway.
Barcelona me parece una ciudad exuberante, que, a pesar del cosmopolitismo que producen los puertos concurridos como el suyo, se mantiene íntimamente hispánica, extraordinariamente española.
En cambio, la producción intelectual barcelonesa, ¿qué impresión da? Hay drama en catalán que parece escrito en la Noruega; versos, que parecen confeccionados en el bulevar de Montmartre; comedias lacrimosas, como las de Rusiñol, en las cuales uno se encuentra como disuelto en un mar de merengue internacional; hay de todo: sueco, noruego, dinamarqués y hasta tártaro; lo que no se ve es que haya nada catalán: por lo menos, nada alto, nada fuerte, nada digno del país.
Todos los productos de la intelectualidad catalanista me parecen híbridos, sin el sello de la raza. Me dan la impresión de esas comidas de hotel y de sleeping-car, que todas se parecen, que todas se componen de una tortilla a la francesa y de un pollo desabrido envuelto en ensalada.
Aquí, en las cocinas de esos primates del intelectualismo catalanista, se huele a Emerson y a Carlyle, a Nietzsche y a Ruskin; lo que no aparece por ningún lado es el olor a la tierra.
Alguien me dirá que yo no puedo juzgar esto; que yo no conozco ni el idioma, ni la tierra, ni las costumbres. Cierto. Hace algunos años, cuando se llegaba a Barcelona y se encontraba uno con aquellos intelectuales que entonces se distinguían por la melena y por la pipa, lo primero que decían era: ¡Ah! Usted no conoce el problema.
Es verdad; yo no conozco el problema. Además, es muy posible que no haya problema, y que todo el problema catalán sea como el problema español: una cuestión solamente de libertad y de cultura.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 77).
No voy a poder entreteneros hablándoos de la Grecia, ni de la Macedonia, ni de la China; ni de Antropología, ni de Geología, ni de nada; os tengo que hablar de mis cuellos postizos, del catalanismo, del nacionalismo, de literatura y de otras cosas igualmente vulgares y sin importancia. (…).
Esta situación especial del hombre retado a decir cosas duras, me obliga a no manifestar mi entusiasmo que en el fondo siento por esta ciudad esplendorosa y magnífica (Barcelona).
Hablaré, pues, entreverado; ya que no puedo ser pájaro, ni quiero ser rata, me dedicaré a ser un poco murciélago.
Yo, ciertamente, no he negado a Cataluña nunca, y menos a Barcelona; lo que sí he negado en su mayor parte ha sido la intelectualidad de Barcelona.
Yo veo aquí una porción de mentiras, acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma y de Cataluña con relación al resto de España.
Yo no veo aquí la acomodación espiritual entre lo que es Cataluña en sí y lo que es Cataluña representada por su docena y media de escritores y periodistas.
A mí Cataluña me da la impresión de ser casi más española que las demás regiones españolas. Los catalanistas, en cambio, aseguran que no, que Cataluña casi no tiene nada que ver con España, que es un país con otra raza, con otras ideas, con otras preocupaciones, con otra constitución espiritual.
Por diferenciarse, encuentran los catalanistas una porción de contrastes étnicos, psicológicos y morales entre catalanes y castellanos. Son los castellanos individualistas, los catalanes son colectivistas; son los castellanos fanáticos, los catalanes, tolerantes; son los castellanos místicos y arrebatados, los catalanes son prácticos. Yo nunca he visto estas oposiciones ni estos contrastes, y no digo esto como patriota, sino como un hombre más o menos observador.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 75).
Un dibujo de Pío Baroja realizado por Ramón Casas.
Volvieron mis amigos a la carga y a reprocharme mi pereza. Yo decía: ¡Pero si mi oratoria no es brillante, ni original! Si no empleo más que lugares comunes, y he llegado a la gran vergüenza de decir: Yo entiendo, señores, como los diputados de la mayoría. ¿Para qué voy a hablar? ¿Llevo yo dentro algún sermón de la Montaña, como Cristo? ¿Yo soy un Séneca o un Pedro Corominas, un Gladstone o un Bertrand y Musitu? No; por eso no quería hablar. Pero me han pedido tantas veces que dijera algo que, al último, he tenido que ceder para no parecer terco, y en el salón del hotel me he puesto a escribir estas cuartillas y a hilvanar unas cuantas vulgaridades acerca de Barcelona.
Yo lo siento por vosotros, porque os vais a sentir defraudados, os vais a aburrir, pero acordaos de que hoy es día de Viernes Santo, día de ayuno y de abstinencia de carne, y que no está mal el mortificarse un poco. Tomad, pues, mis palabras escritas por una vigilia, por algo así como espinacas espirituales y consideradlas como una pequeña mortificación propia de Semana Santa.
No tengo embotellado nada para soltarlo entre vosotros, no tengo ningún libro en mi maleta; no puedo consultar nada: ni apuntes, ni periódicos, ni revistas; todo mi equipaje se reduce a unos cuantos cuellos y puños postizos, ya usados, y a un reloj de bolsillo, que tiene el minutero torcido y que me daría mucho que hacer para averiguar la hora, si mi reloj tuviese la humorada de andar. Afortunadamente, no anda. Se me cayó hace un año en la Plaza de San Pedro, de Roma, y desde entonces está parado, con una consecuencia extraordinaria. Así que, más que para saber la hora, lo llevo de lastre. Como digo, todo mi equipaje es este y unas cuantas ideas, más o menos arbitrarias, que tengo en la cabeza.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 72).
No sé si tenéis alguna opinión, buena o mala, acerca del que escribe estas líneas; si la tenéis, no intentaré yo modificarla; si no la tenéis, os diré que soy yo un hombre ingenuo y sincero, poco social, poco político y un tanto vago. Me dijo en un artículo Pompeyo Gener que yo era un ogro finés injerto en un godo degenerado; yo no me siento ni tan degenerado, ni tan finés, ni tan ogro; por ahora no me he comido ningún niño crudo, y me figuro que no llegaré a adquirir estas raras aficiones gastronómicas.
Yo me había opuesto a dar una conferencia aquí, porque, realmente no tengo grandes cosas que decir y, además, porque poseo un sentido pedagógico tan pequeño, tan poco confiado, que me impulsa a sospechar si todo el mundo tendrá razón, aunque todo el mundo defienda cosas distintas.
Estaba, pues, en la situación expectante y tranquila de un curioso; había convencido a mis amigos de que mi oratoria es, como dice La Publicidad de ayer, con gran exactitud, ni brillante ni original, sino llena de lugares comunes, de tópicos de mitin y de vulgares frases efectitas, cuando apareció un artículo en El Poble Català pidiendo que hable en el Ateneo y ejerza de ogro, diciendo desde allí cosas fuertes, si es que me atrevo a decirlas.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 71).
Excelente imagen sobre el hombre, el mono y el cerdo.
Con relación al interés parece lógico y práctico a primera vista que las regiones ricas se quieran separar de las pobres. Es un sentimiento egoísta, mezquino, pero muy natural. Quizá a la larga no sea tan práctico como parece. Lo sea o no lo sea, lo que no comprendo es que se odie a la región pobre y a sus habitantes por pobres. Esto será siempre una aberración, un sentimiento despreciable para un verdadero chapelaundi. (…).
En todos los pueblos del mundo la política produce un elemento ambicioso, arribista, bajo e inmoral. Político y chanchullero son sinónimos. (…)
Y si las gentes mezquinas que necesitan que España se disgregue están en mayoría, que se disguegue, que se separen las regiones unas de otras y se vaya cada cual por su lado, pero hagamos la despedida general más bien con una sonrisa que con una amenaza. Al fin y al cabo, por esto no se ha de hundir el mundo, ni la tierra de España ha de desaparecer en los mares.
Si las patrias y los templos se derrumbaran, no lloremos por ellos, pensemos que se levantarán otros mejores y que al fin y al cabo la patria del hombre es el mundo; y el mejor templo, la naturaleza.
Si hacemos esta disosiación sin muertes, asolamientos ni otros disparates y el hacerlo es un error más de los españoles, al menos si tenemos que reunirnos mañana de nuevo y no hay sangre de por medio no habrá tampoco un obstáculo grave para la unión.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 55).
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