Ávila

De todas las crónicas de viajes que he escrito, Ávila es la que más trabajo me ha costado. Su narración nunca se terminaba. Así un día, y otro, hasta tal extremo que tuve que tomar una decisión extrema, dadas las cercanías de mi vuelta a las clases. Y esa decisión no ha sido otra que la de enclaustrarme en casa y no salir a la calle para nada. Para nada, en el sentido literal de la palabra.

Así es, he estado encerrado en casa, durante una semana exacta, sin salir, siquiera, a comprar el pan (sabiendo cómo me las gasto, ya me avituallé con antelación).

Ávila es la crónica de viajes más extensa que me ha salido hasta la fecha. He de decir también que jamás he hecho tantos kilómetros a pie en una misma ciudad. Y que no me he dejado nada en el tintero.

La casa de los Davila

De todos los edificios civiles que se conservan en Ávila, el palacio de los Dávila es el más vistoso, el más espectacular (los otros no me gustan). Fíjense en el matacán. Hay más cosas a destacar, evidentemente.

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Un mártir de nuestro tiempo

Cristo crucificado, de san Juan de la Cruz (siglo XVI)

 Caricaturizó el dibujo de san Juan de la Cruz. Aquel en que aparece un Cristo crucificado con la cabeza gacha, mortecina, melenuda. Aquel del clavo enorme en la flamígera mano izquierda, que no se hunde en la carne hasta el cabezal, debido a su extrema longitud.

Publicado bajo el epígrafe de Artículos dominicales, en Dietario en Red, el 3 de enero de 2010