A ver quién se ha librado alguna vez del pretendido veneno de las palabras irreverentes. Nadie. Ni Dios desde su sagrada palabra indirecta en el Viejo Testamento, que tantos conocen. Ni Cristo desde su sagrada palabra indirecta en el Nuevo Testamento, que tantos conocen. Ni siquiera los santos, desde sus palabras volanderas, que por volanderas no tantos conocen.
Publicado bajo el epígrafe de Artículos dominicales, en Dietario en Red, el 1 de noviembre de 2009