Las sardinas y las mujeres (con Josep Pla)

Las sardinas como condumio que lleva a la mujer en Josep Pla

Sardinas con mujeres.

Cenamos en la taberna de Mata. La Conxita aparece con una inmensa fuente de sardinas a la brasa: gordas, frescas, vivas. En las escamas tocadas por el fuego, el aceite brilla de una manera mortecina y densa. De las escamas azuladas, la luz del mechero de gas saca puntos rutilantes, como un brillante hormigueo. Comemos una cantidad desorbitada de sardinas. La absorción de sardinas a la brasa produce en mi organismo una intensa segregación sentimental. Las sardinas me hacen chorrear los sentimientos, me debilitan la razón y pueblan mi imaginación de formas llenas de gracia. Este fonómeno es en mí tan objetivo que a veces he pensado si los estados de esponjamiento sentimental y poético de los celtas no podrían provenir de la importancia que en su alimentación tienen las sardinas.

Después de una infinidad de declamaciones humanitarias y cordiales, volvemos de madrugada, una madrugada fina, filtrada, de piel de seda, cielo de color de ajenjo sobre el cual se recortan las cosas con un sintetismo de estampa. El vientecillo de tierra es vivo y nos aclara la cabeza. Ahora sería el momento, quizá, de pasar un rato con una mujer malcasada, accesible, generosa y amable.

(…) Larga conversación con Gallart, Coromina, Frigola. El tema de casi siempre: las mujeres. Los dos primeros vienen a decir, en definitiva, que como las mujeres no hay nada en el mundo. Tanto el uno como el otro son enamoradizos de casta y se derriten ante la ropa interior de las mujeres. Las pasiones del amor van ligadas, quizá, a una cierta petulancia temperamental. (…) Con las mujeres, con la generosidad de las mujeres para el amor, ocurre aproximadamente igual. Hay un tanto por ciento preciso, estadístico, cada año, de generosas; las otras son inasequibles, intocables. Respecto a estas, todas las apariencias engañan.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 100).

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Tramontana fuerte en un entierro

Tramontana fuerte. La oigo silbar desde la cama. Sin moverme de casa, puedo, en realidad, saber siempre qué viento sopla. Solo hace falta escuchar las campanas. Si el tintineo es fresco, preciso y cristalino, hace tramontana; si es opaco, cascado, deshilachado, el viento es de garbí.

Tramontana y Josep Pla

Un entierro de los años 20 (siglo XX).

(…). Por la tarde veo pasar por el Carrer de Cavallers un entierro envuelto en la tramontana. El viento hace tintinear las coronas y parece como si las uñas de un gato arañasen la hojalata. Pone carne de gallina. Las cintas revolotean sobre el coche mortuorio como los brazos de un pulpo, como los velos de Salomé, por decirlo más finamente. En lo alto de su asiento, el cochero ha quedado como aplastado y resumido, como un monigote que hubiese recibido un enorme mazazo sobre la gorra de charol y hubiese quedado comprimido. Dentro de la luz rutilante, afilada, cruda, de la tarde; bajo el cielo despoblado, metálico, inmenso; en el vacío de la calle, el entierro con el cortejo vestido de negro, tiene un aspecto irrisoriamente grotesco. El cura, con el roquete hinchado lleno de viento, parece como si fuese a ponerse a flotar en el aire de un momento a otro. El monaguillo, con la cruz alzada, tiene dificultades para caminar. Los del duelo no pueden dar a su cara ninguna compunción: tienen bastante trabajo en sujetarse el sombrero con las dos manos. Las campanas tocan a muerto y el viento se lleva la gravedad: los toques volean, de aquí para allá, como andrajos. El entierro enfila el Carrer Estret y parece un animal extraño y fabuloso que camina como una fuerza siniestra.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 97).

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Calor del Ampurdán

(sobre el calor del Ampurdán). Josep Pla a la mesa, en su "mas"

Josep Pla a la mesa, en su «mas»

Estos últimos días ha hecho calor, pero en la última madrugada llovió dos o tres horas. Por la tarde, la mezcla del bochorno de la tierra y del frescor del aire, es deliciosa.

Voy al «mas» por la carretera del cementerio. Desde Morena se ve un gran panorama: los Pirineos al fondo, blancos, sobre un cielo inmenso (…); en primer término el pequeño Ampurdán es como una miniatura dibujada, preciosa.

La lluvia ha refrescado el verde de los pinares y de las alfalfas. Todo está brillante, bruñido. El trigo está en el momento del paso del verde a la espuma blanca y rubia de la madurez. (…). Los colores son fuertes y lustrosos y los perfiles muestran una incisión profunda, una rugosidad precisa. El paisaje me hace pensar en las pinturas de los primitivos que a veces veo reproducidas en las revistas ilustradas. ¿Me será posible ver esa pintura algún día?

A las tres de la tarde la temperatura es elevada y la luz es cruda. Cuando entro en la gran sala del «mas», abro un poco el balcón y el viento hincha, ligeramente, la cortina. Afuera, en las acacias inmediatas, se oyen los gorriones. La presencia de los pájaros parece aumentar el silencio. El silencio siempre sorprende. Es una cosa insólita, que tiene una punta de misterio. Paso un rato, sentado en una silla, perplejo. El viento hincha y deshincha la cortina.

Fragmento perteneciente al diario de Josep Pla, El cuaderno gris (pág. 92).

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