Se trataba de una enorme estampa enmarcada con la imagen de Jesucristo.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 162).
Se trataba de una enorme estampa enmarcada con la imagen de Jesucristo.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 162).
La paupérrima densidad nocturna del bar California parecía café aguado.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 137).
—¿Habéis visto la plaza? —preguntó Fede.
Se refería a la plaza Orwell. Pepe y su novia despacharon una mueca de extrañeza.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 136).
—Entonces, ¿la Historia Sagrada?
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 131).
Miró el nimbo de Dorita, sus cabellos de amarillo taxi barcelonés, la preciosidad que le otorgaban sus ojos de verde paloma.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 130).
Quedó absolutamente desnuda. No tenía reloj, ni pulseras, ni oros ni platas pendiendo de su cuello.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 129).
—Oye, cuando te conocí aquella noche ibas vestida igual que ahora.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 127).
Como no midió bien sus fuerzas, las sábanas y las mantas se escaparon, disparadas, hacia un lugar indeterminado.
—¡Ts!, quiero verte desnuda.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 77).
—Vive en la calle de las Cabras, en un canto de la Boquería, con el que fue su macarra, el macarra Ramón, que la quitó de la calle,
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 64).
Subió los peldaños del espacio circular dedicado al descubrimiento de las Américas y a su almirante, Cristóbal Colón. Bordeó e ignoró todos los relieves de bronce que recuerdan distintas escenas de aquella incipiente época colonizadora, en las postrimerías del siglo XV.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 58).
Salió a la calle tal como estaba. Únicamente cogió las llaves. Se avecinaban las diez de la noche. Avanzaba por Escudellers, camino de la Rambla, disfrutando de cada paso, aspirando ruidosamente el olor del suelo empapado, como si las emanaciones que propiciaba la lluvia lo colmaran de más vida.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 57).
Y se topó con un ojo absolutamente ensangrentado, de rubí intenso, enardecido por los destellos que le procuraban las lágrimas.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 51).
El Pasaje del Reloj. Desde Escudellers se ve como una calle siniestra, sin salida, estrecha, oscura, desmadejada, triste, paralizada.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 45).
Se le quedó la mente en blanco tras la primera decena de puños como piedras.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 44).
A esas horas de la noche era imposible que aquella muchachita isleña, de Tenerife, pudiera reparar en que la mirada de aquel hombre desgreñado le inyectaba el sereno amanecer de su pueblo azul.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 41).
Salvador vivía en Barcelona, en el número 57 de la calle Escudellers.
Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 15).
Sí, ya está Cosa de tres por libre, en solitario, como ebook. Recuerdo aquella etapa de la escritura de este relato como una etapa rebosante de nervio narrativo. Tenía algo entre manos en el barrio barcelonés de Ciutat Vella, muy cerca de la plaza del Pedró, que sale como uno de los espacios en esta historia, así como la calle Escudellers, del barrio de la Ribera, no demasiado lejos de esta plaza mencionada, y que luego -no mucho después-, sirvió de espacio principal en la novela El solitario. Tenía algo entre manos, como digo, y el relato Cosa de tres fue una desembocadura, con la novela El solitario, como ancho mar. El antiguo barrio chino barcelonés, qué tiempos, y la prostitución de los aledaños del Camp Nou, la que conocí en mi lejana época de obrero, cuando salía del turno de noche y me iba a rodar el coche con unos compañeros de curro, todos como observadores, en aquellas noches invernales de las seis de la madrugada. Aquellos descampados… y Cosa de tres.
—¡Soy la reina de la tierra, la reina de los mares!
Fragmento perteneciente al relato
titulado «Cosa de tres» , del libro TRENZADO DE HOMICIDAS (pág. 94).