Puerta del Alcázar,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Puerta del Alcázar,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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La Plaza del Mercado Chico,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Volvamos al trascoro
de la catedral de Ávila.
Cita 8 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
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El Atrio de San Isidoro,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Cita 7 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
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Cita 6 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
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La ermita de San Segundo,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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La basílica de Majencio,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Cita 5 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
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La estación de Ávila,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Cita 4 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
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La entrevista de la novela
Como las víboras,
con Luis Sánchez
y Pablo Garcinuño,
desde la web de la
Cadena Ser Ávila.
Dura 16 minutos.
Es muy destacable la lectura,
del inicio de la novela,
que ha hecho su compañera de locución:
parece un recital de poesía.
(La entrevista, desde el mp3 de Morfeo)
Será un placer
Cadena Ser Ávila
Como las víboras
La plaza de Santa Teresa,
en Ávila,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Cita 3 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
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La plaza de la Catedral,
en Ávila,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Cita 2 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
(en la imagen: trascoro de la catedral de Ávila).
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El río Adaja,
a su paso por Ávila,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Cita 1 de la novela
COMO LAS VÍBORAS
(en la imagen: perspectiva desde la entrada de la catedral de Ávila).
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Aquí tenemos
la catedral de Ávila,
rotunda y atrayente,
uno de los espacios de la novela
COMO LAS VÍBORAS.
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Disponible la novela
COMO LAS VÍBORAS,
una acción trepidante
en la apacible ciudad de Ávila.
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De todas las crónicas de viajes que he escrito, Ávila es la que más trabajo me ha costado. Su narración nunca se terminaba. Así un día, y otro, hasta tal extremo que tuve que tomar una decisión extrema, dadas las cercanías de mi vuelta a las clases. Y esa decisión no ha sido otra que la de enclaustrarme en casa y no salir a la calle para nada. Para nada, en el sentido literal de la palabra.
Así es, he estado encerrado en casa, durante una semana exacta, sin salir, siquiera, a comprar el pan (sabiendo cómo me las gasto, ya me avituallé con antelación).
Ávila es la crónica de viajes más extensa que me ha salido hasta la fecha. He de decir también que jamás he hecho tantos kilómetros a pie en una misma ciudad. Y que no me he dejado nada en el tintero.
Menuda se lio en esta parte de las murallas de Ávila, el Teso del Carmen, en el espacio de mi novela titulada COMO LAS VÍBORAS. En esa ocasión, también en mi anterior visita, estaba toda esta bajada nevada. Efectivamente, se me nota en la cara un buen grado de complacencia. Aquellos tiempos, aquellas imposturas.
Aquí, una de las fachadas laterales de la iglesia románica de San Pedro. Efectivamente, aquel edificio en cuyo interior se cometieron las impronunciables aberraciones con el joven Frankie, en mi novela de Ávila titulada COMO LAS VÍBORAS. Estre otros vestigios, este edificio tiene un interesante asunto en su rosetón.
Ahora que se extingue el verano, ahora que se aproxima el ruido de las aulas, ese carrusel imprevisible, echo la vista atrás. Se evapora el verano, como una sonrisa acartonada, como una sonrisa de bella frescura que hechiza, como cualquier cosa que se apaga. Se retira del tapete el verano, el mayor periodo vacacional de los profesores. Y yo no he dejado de trabajar. Desde un punto de vista técnico, yo no he hecho vacaciones. Dicen que sarna con gusto no pica. Este es mi caso. Salvo unos días, durante la primera semana de julio, en que me dediqué a rascarme la barriga, no he dejado de escribir, de corregir, de escribir, de corregir, de escribir, de corregir, sin perdonar un solo día, como una máquina literaria. Sarna con gusto no pica.
Antes de concluir el examen de la segunda edición de Relatos del fuego sanguinario y un candor, me fui a Toledo. A escribir. Toledo. Allí siempre con mi libreta y mi bolígrafo, escribiendo en cualquier recoveco. Sobre un escalón. Sobre una piedra. Sobre unos hierbajos. Sobre mis pies, tieso como un palo. Sobre alguna nube de mullida inspiración. Jamás me detuve. Jamás me detengo. Mientras la gente pasa como si no existiera yo, como si no existiera ella misma. Hasta que se deja notar, con sus clavos, las menos de las veces. O con sus dedos de tulipán, las menos de las veces. Siempre escribiendo. Siempre corrigiendo. Sarna con gusto no pica.
Terminé la corrección de los relatos hispanoamericanos. Pero lejos quedó la interrupción del respiro. Pocos días antes ya me había adentrado, de cabeza, en la magistral joya del Lazarillo. Y me afané en trasladar su arcaico y engorroso texto al español actual. Toda una doma sintáctica. Toda una investigación sobre el sintagma inexistente hoy. Y ese léxico en desuso, o que hoy significa lo contrario. Menudo lío. Menudo desafío. Y qué inmenso placer. Tocar palabra a palabra, sin prisas, y hasta con cariño, la gran obra de Alfonso de Valdés, el autor del Lazarillo, oculto en el anonimato casi medio milenio, un autor cuyo rastro, en mi obra, aparece explícitamente en Como las víboras.
Sí, en efecto, voy a publicar una lectura adaptada del Lazarillo a los modos actuales del castellano. Para que los ojos hagan una lectura continua, sin que tengan que frenarse en las notas de a pie de página, si es que las hay. Para que se lea un texto tal como el gran Alfonso de Valdés lo hubiera escrito hoy. Sin que queden dudas. Cada folio del texto lo voy solucionando en una hora y media, más bien larga, con un resultado sorprendente. Qué gusto. Y sin escatimar consultas. Muchas. Muchas veces, en el meollo de los rigores de la larga canícula que hemos soportado, con el revés de la mano he tenido que enjugarme las pestañas, literalmente empapaditas de sudor. Sarna con gusto no pica. Qué gusto. El Lazarillo, átomo a átomo, cristalizado en mi maquinaria literaria.
—Bien está, Antonio. Gracias.
—Gracias a ti, Alfonso. Todo un honor, erasmista.
Prosigo. Voy por el folio 43. Ya quedan menos. El sol hoy no se cuece tan enojado. Las excavadoras de la calle descansan. Sarna con gusto no pica.
(…)
Hace unos meses leí la noticia de un hombre, español, que mató a su mujer a martillazos, algo similar a lo que hizo un personaje mío en El informe del roedor, una novela
Fragmento perteneciente a DIETARIO EN RED 2007-2008.
Por la tarde. Y con la mente en algunas burbujas que fluctúan graciosamente por las risueñas reverencias del whisky, “agua de vida”. No es mal momento para dejar constancia de la salida de un nuevo libro mío: Trenzado de homicidas. O sea, la violencia que tanto me rondó en los años 90.
Fragmento perteneciente a DIETARIO EN RED 2007-2008.