Posdata: CDR.- Comités de Defensa de la República (¿República, qué República?)
GDR.- Grupos de Defensa y Resistencia (¿Resistencia? Sí, desde 1980, impotentes y desasistidas, las personas ya maduritas)
CDL.- Cuerpos de Limpieza (Ah, ok. No os peleéis)
El otro día, el día 23 de abril, un día que amaneció con pétalos de rosa sobre un pecho de mujer amada, un día que amaneció de lo más dulce y pasional en la cama de Curro, en su habitación, junto a la ventana de la calle, un día que amaneció de esta manera tan positiva, con un «feliz Sant Jordi, Ana» que volvió a incendiar las sábanas, [SEGUIR LEYENDO]
El artículo de Jordi Juan, completo, aquí.
Empecemos con un lema: Por las buenas, todo; por las malas, nada.
Dices: «La tentación de llegar hasta el final y declarar la independencia en base a los resultados del 1-O es muy grande. Dos almas conviven en el seno del Govern. Hay quien opina que no se puede parar: “La gente que literalmente se ha partido la cara y se ha jugado el físico para ir a votar, que se ha enfrentado a la Policía y a la Guardia Civil, no entendería que ahora renunciáramos a la independencia. No hemos llegado hasta aquí para nada”».
Efectivamente, esa alma, de las dos que conviven en el seno del Govern, tiene toda la razón. El independentismo, arriesgando el físico de niños de cinco años de edad, por poner un ejemplo, para realizar un acto ilegal, prohibido por el Tribunal Constitucional, no solo no entendería la renuncia a la independencia ahora, tan lejos en el camino, sino que se sentiría manipulado y engañado por sus líderes del Govern, con lo cual, renunciaría a volver a prestar su apoyo incondicional a la independencia de Cataluña, aseverando, sin temor a equivocarse, que sus líderes, como niños, no han pasado de propinar una rabiosa pataleta infantil.
Dices, sobre la otra alma: «Y hay quien defiende lo contrario: “Si declaramos la independencia, el Gobierno ya no tendrá excusas para imponer el Estado de excepción, suspender la autonomía y detener a todos los miembros del Govern. ¿Y qué hemos de hacer? ¿Sacar a la gente a la calle para que haya un drama? ¿Hemos de poner muertos encima de la mesa para que Europa se tome en serio el problema de Catalunya?”».
Efectivamente, si mañana martes el Govern declara la independencia, de cualquier manera imaginable, se verá claramente que ha cometido otro acto ilegal, porque el Estado, como consecuencia, posiblemente imponga en el acto el Estado de excepción, a lo mejor suspende la autonomía y detiene, o retiene, como ya ha hecho con otros, a todos los miembros del Govern. Por supuesto, las preguntas que, a continuación, se hace esta alma de las dos que conviven en el Govern, son muy pero que muy perversas, al hablar de muertos ajenos a ellos mismos. Como si la gente, su masa independentista, no fuese personas, sino marionetas, los mueve a la calle, al drama, a la muerte, para que Europa se tome en serio el problema de Cataluña. ¡Pero qué estupidez! ¡Independentistas, despertad! En Europa saben perfectamente que los muertos catalanes no son más guapos que los muertos del resto de España, del resto de Europa, del resto del mundo. En Europa saben que los presuntos muertos catalanes habrían muerto defendiendo un acto ilegal. En Europa hacen suyo este lema: Por las buenas, todo; por las malas, nada: legalidad.
Tanto los independentistas como los no independentistas sabemos que no estamos viviendo en la generación de nuestros padres y abuelos, una etapa histórica plagada de miseria, de abuso y de analfabetismo. Todos sabemos que vivimos, hoy, en la sociedad del bienestar. ¿Rebeldes sin causa? Todos los que queramos, pero sin arriesgar nuestras vidas.
Dices, como conclusión: «La mejor solución sería contarnos y convocar elecciones autonómicas. Esto daría tranquilidad al mundo económico, frenaría cualquier intento del Gobierno central de intervención de la autonomía, y facilitaría las vías de mediación que se han puesto en marcha (algunas con posibilidades de éxito). No serían unas elecciones autonómicas como las últimas porque esta vez el mundo sí que está mirando a Catalunya y el independentismo está en condiciones de sacar un resultado muy contundente después del impacto emocional que ha supuesto el 1-O».
Te equivocas, tu perspectiva anda desenfocada, puesto que no cuentas con la jurisprudencia que ha provocado el independentismo catalán y únicamente te basas en apelar a los sentimientos, al impacto emocional, sin recordar que el romanticismo solo es válido en la literatura, no en la vida. El independentismo catalán ha desbordado, ya, sin que haya muertos, todo el aguante del Estado. Las elecciones autonómicas no pueden regirse de la misma manera: entraríamos en un bucle, volvería a repetirse todo. La independencia de Cataluña no puede volver a formar parte del progama de ningún partido político autonómico. Entramos en otra etapa política en España, debido a que el mundo entero ha visto hasta dónde llega el independentismo catalán, el nacionalismo catalán: devora a quien no comparte sus ideas, excluyendo al otro, incluso en su propio Parlament.
Este titular de ayer, de La Vanguardia, me exasperó
Puigdemont, todo un presidente de Cataluña, mandando a una gente que se encare con otra, instando a la violencia verbal, pero «de forma serena». ¡Qué rabiosa ironía, olida hasta por el más despistado! ¡Qué vergüenza ajena! ¡Qué insulto a la inteligencia! Si yo tuviera unos 20 años de edad, este titular, el día antes de la Diada, me habría obligado a salir a la calle el día de la Diada, para pegar cuatro gritos en contra de este presunto bandido sedicioso (tiene una querella criminal) que insta a la violencia verbal con la fuerza de un sarcasmo hediondo. Y yo, con unos 20 años, no solo era un experto en taekwondo de competición, sino que era amante de la obra de Azorín, Baroja, Valle, Bécquer, Poe, y hasta del primer Cela, e incluso tenía un fajo de folios de mi primera novela El Paseo de los Caracoles. O sea, yo, con unos 20 años, tenía la cabeza, los puños y las piernas muy bien puestos. Pero debido a la edad, más dispuestos las piernas y los puños que la cabeza.
Solo pido hoy, y las próximas semanas, que la violencia verbal no se transforme en violencia física, que las pasiones de los jóvenes, y no tan jóvenes, no desemboquen en hostiones y en sangre, que sería la salsa y armonía de unos cuantos politiquillos zumbados con muy mala leche.
Ya empieza a haber jurisprudencia.
Estamos a las puertas de que el independentismo catalán
sea declarado en España como «movimiento político ilegal».
2012-2017
(El nacionalismo y Pío Baroja, decimosexta y última entrega)
Pío Baroja en el Parque del Retiro de Madrid.
Peor aún que la doctrina nacionalista me parece el procedimiento de los catalanistas. ¿En dónde, en qué está legitimada la campaña antiespañola que ha hecho durante muchos años el catalanismo? Yo he visto en periódicos extranjeros cómo se insultaba a los españoles estúpidamente, y sabía de dónde salían esos artículos publicados en periódicos italianos y franceses; he visto disfrazar la historia y la antropología, y todo con móviles mezquinos y bajos.
(…) Hoy, al lado del sabio, no está el sacerdote, ni el guerrero; hoy, al lado del sabio, marcha junto a él, muchas veces delante de él, el revolucionario. Alguno preguntará: ¿Qué consecuencia se puede deducir de sus palabras? La consecuencia que yo obtengo es esta: Cataluña es, hoy por hoy, un pueblo grande, un pueblo culto, que no ha encontrado los directores espirituales que necesita; que no ha encontrado sus escritores, ni sus artistas, porque una nube de ambiciosos y petulantes, más petulantes y ambiciosos que los que padecemos en Madrid, han venido a encaramarse sobre el tablado de la política y de la literatura y a pretender dirigir el país. Estos geniecillos pedantescos, estos Lloyd Georges de guardarropía, son los que necesitan cerrar la puerta de su región y de su ciudad a los forasteros; son los que necesitan un pequeño escalafón cerrado, en donde se ascienda pronto y no haya miedo a los intrusos; son los que quieren reservarse un trozo de tierra, hoy que nosotros creemos que la tierra debe ser de todos. ¿Y el remedio?, preguntará el que esté conforme conmigo. El remedio es uno: destruir, destruir siempre en la esfera del pensamiento. No hay que aceptar nada sin examen; todo hay que someterlo a la crítica: prestigios, intenciones, facultades, famas…
(…) Voy a concluir, porque estoy cansado de tener la pluma entre los dedos. No pretendo ser exacto; sé que soy arbitrario, pero me basta con ser sincero. Yo no llamo revolución a herir o a matar; yo llamo revolución a transformar.
(…) Que nuestra inteligencia sea como la reja que destroza la dura corteza del suelo. Que nuestro sentimiento crítico sea como el ojo del labrador que sabe distinguir la cizaña del trigo. Destruid y cread alternativamente y el porvenir de España y el porvenir de Cataluña será nuestro.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 100).
–Fotografía, con Santi Vidal en primer plano, extraída de La Vanguardia—
Vemos el senador Santi Vidal presuntamente relamiéndose de gusto al decir (ver vídeo) que el Gobierno de Cataluña tiene los datos fiscales de los catalanes obtenidos de forma ilegal, y que esos datos pueden servir para hacer un censo electoral. Lo vemos así, junto con otras declaraciones presuntamente sabrosas que, presuntamente, no tienen desperdicio.
¿Cuánto tiempo tiene que seguir pasando para que la gran masa independentista catalana se dé cuenta de que ahora son una gran masa independentista porque así lo decidió la presunta catadura independentista de los presuntos señoritos de derechas de la extinguida Convergència, extinguida por ser presunta gamberrilla?
¿Cuánto tiempo tiene que seguir pasando para que la gran masa independentista catalana, que hace bien poco no era independentista, cuando la extinguida Convergència tampoco lo era, se dé cuenta de que han sido presuntamente manipulados por unos presuntos adultos-niños enrabietados, rebosantes de presuntas declaraciones infantiles? Sí, esa gran masa independentista con la que yo convivo sin el menor problema, con el respeto normal acostumbrado, con el cachondeo eternizado y que incluso amo. Oyes, ¿dónde está esa presunta intención, desde arriba, de división social y de conflicto? Qué risa.
¡Senador Santi Vidal, jajajajaja, has adquirido el gracejo andaluz!
¡De lo presuntamente infantil, eres tan gracioso
como los andaluces de mi pueblo, jajajaja!
Si estas palabras las oye un redactor de La Publicidad, dirá, como decía ayer, que yo no tengo ni memoria ni lógica, y no tengo ninguna de estas cosas importantes, porque antes hablé del semitismo de los catalanes y el otro día dije que Barcelona es la forja donde se funden los ideales colectivos de la España del porvenir.
Yo no veo aquí la falta de lógica. Yo dije que en Cataluña había espíritu judío, y es verdad; yo lo sigo creyendo; este espíritu judío está en muchos comerciantes ricos catalanes, está en muchos de esos hombres que han empujado a España a una guerra imbécil en Melilla; está en los que, después de explotar a rincones desgraciados de nuestro país, han tenido la estupidez de desear que España desaparezca y de gritar muera España, como si se pudiera desear la muerte de un país noble y desgraciado.
Yo no he hablado nunca mal del pueblo de Barcelona; he hablado mal principalmente de sus magnates, de esos señores que han despedido a los soldados con un escapulario y una cajetilla; he hablado de sus intelectuales, que me han parecido pedantes, afectados, mezquinos, y he dicho que tienen espíritu judío; lo he dicho y creo que lo seguiré diciendo, si así me lo parece.
Que yo he afirmado en una novela mía que Prim se parecía a un bandolero y ahora alabo a Prim, dice La Publicidad. No; asegurado así es de mala fe.
En una novela mía un personaje lo dice; yo, no. Pero aunque lo dijera yo, yo no tengo inconveniente en admirar a un bandido. Entre un bandido y un gran comerciante, yo casi prefiero al bandido. El uno roba en el camino real y el otro roba con el libro de cuentas.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 81).
Primarias, hoy, en el Partido Socialista Catalán, el PSC. ¿Para qué?
Miquel Iceta y Núria Parlon, ¿cuántas décadas tienen que seguir pasando para que entendáis que el Partido Socialista Catalán, el PSC, no puede tener en sus venas ni un miligramo de NACIONALISMO?
¿Primarias para qué?: Para seguir igual. OK.
Gestora del Partido Socialista Obrero Español, el PSOE: Por favor, aprovechen ustedes la Gestora para terminar de barrer la Casa. Concluyan sin timidez el cisma. Echen del Partido Socialista Catalán, el PSC, a todos los que tengan en sus venas el virus del INSOPORTABLE NACIONALISMO CATALÁN, tan ridículo, ya, a nivel internacional.
Miquel Iceta, Núria Parlon, aprovechen ustedes las Primarias para crear el Partido Socialista Catalán Nacionalista, el PSCN (les regalo las siglas). Jamás habéis comulgado con el centenario PSOE. Rompan ya, de una vez por todas, con el PSOE. Dejen de pinchar sus ruedas, como niños traviesos (sí, como niños traviesos, es que el nacionalismo catalán, sin importar su grado de dosis, siempre es infantil).
¿Hasta cuándo seguirá la política catalana, casi en su conjunto, abochornándome?
Miquel Iceta y Núria Parlon, hoy, en Primarias, para nada. Ojalá se escindan para crear el PSCN.
Yo lo digo, porque lo creo así; para mí vuestros intelectuales y vuestros políticos no han estado a vuestra altura; ni os han descubierto, ni os han estudiado, ni os han dado beligerancia ante el mundo. Yo lo decía con indignación de los catalanistas. Cataluña y Barcelona se conocen en el mundo, más que nada, por sus revueltas románticas, por el ansia de ideal de su población proletaria.
(…). Barcelona que, por su aspecto, por su sentido colectivo y por su población obrera es una gran ciudad, es, por sus intelectuales, por sus genios catalanistas, de una mezquindad bastante grande, de una cursilería bastante pintoresca.
Yo no les odio, ni mucho menos; aunque creo que si fuera catalán les odiaría; ¿pero cómo tomar en serio estas pedanterías pesadas de mi amigo Corominas, de este gran hombre cuyos pensamientos están como nadando en grasa, ni considerar como definitivas las brillantes flatulencias de Gabriel Alomar, ni dar importancia al esnobismo sin gracia ni ligereza del Xenius de La Veu de Catalunya? Yo, como digo, no les odio; pero me parecen insignificantes, más insignificantes todavía que nosotros, los del resto de España; porque allí, al menos, el pueblo no nos oye ni nos hace caso; pero aquí, sí; aquí está atento, aquí no se puede desvariar sin tener una grande responsabilidad. Allí los que escribimos somos como oficiales honorarios, que no tenemos soldados; aquí, no; aquí son como oficiales poltrones de un ejército admirable. Aquí el pueblo es culto, aquí el pueblo tiene un fondo social que no tiene el resto de España.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 79).
Pío Baroja, enfermo de muerte, con Ernest Hemingway.
Barcelona me parece una ciudad exuberante, que, a pesar del cosmopolitismo que producen los puertos concurridos como el suyo, se mantiene íntimamente hispánica, extraordinariamente española.
En cambio, la producción intelectual barcelonesa, ¿qué impresión da? Hay drama en catalán que parece escrito en la Noruega; versos, que parecen confeccionados en el bulevar de Montmartre; comedias lacrimosas, como las de Rusiñol, en las cuales uno se encuentra como disuelto en un mar de merengue internacional; hay de todo: sueco, noruego, dinamarqués y hasta tártaro; lo que no se ve es que haya nada catalán: por lo menos, nada alto, nada fuerte, nada digno del país.
Todos los productos de la intelectualidad catalanista me parecen híbridos, sin el sello de la raza. Me dan la impresión de esas comidas de hotel y de sleeping-car, que todas se parecen, que todas se componen de una tortilla a la francesa y de un pollo desabrido envuelto en ensalada.
Aquí, en las cocinas de esos primates del intelectualismo catalanista, se huele a Emerson y a Carlyle, a Nietzsche y a Ruskin; lo que no aparece por ningún lado es el olor a la tierra.
Alguien me dirá que yo no puedo juzgar esto; que yo no conozco ni el idioma, ni la tierra, ni las costumbres. Cierto. Hace algunos años, cuando se llegaba a Barcelona y se encontraba uno con aquellos intelectuales que entonces se distinguían por la melena y por la pipa, lo primero que decían era: ¡Ah! Usted no conoce el problema.
Es verdad; yo no conozco el problema. Además, es muy posible que no haya problema, y que todo el problema catalán sea como el problema español: una cuestión solamente de libertad y de cultura.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 77).
No voy a poder entreteneros hablándoos de la Grecia, ni de la Macedonia, ni de la China; ni de Antropología, ni de Geología, ni de nada; os tengo que hablar de mis cuellos postizos, del catalanismo, del nacionalismo, de literatura y de otras cosas igualmente vulgares y sin importancia. (…).
Esta situación especial del hombre retado a decir cosas duras, me obliga a no manifestar mi entusiasmo que en el fondo siento por esta ciudad esplendorosa y magnífica (Barcelona).
Hablaré, pues, entreverado; ya que no puedo ser pájaro, ni quiero ser rata, me dedicaré a ser un poco murciélago.
Yo, ciertamente, no he negado a Cataluña nunca, y menos a Barcelona; lo que sí he negado en su mayor parte ha sido la intelectualidad de Barcelona.
Yo veo aquí una porción de mentiras, acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma y de Cataluña con relación al resto de España.
Yo no veo aquí la acomodación espiritual entre lo que es Cataluña en sí y lo que es Cataluña representada por su docena y media de escritores y periodistas.
A mí Cataluña me da la impresión de ser casi más española que las demás regiones españolas. Los catalanistas, en cambio, aseguran que no, que Cataluña casi no tiene nada que ver con España, que es un país con otra raza, con otras ideas, con otras preocupaciones, con otra constitución espiritual.
Por diferenciarse, encuentran los catalanistas una porción de contrastes étnicos, psicológicos y morales entre catalanes y castellanos. Son los castellanos individualistas, los catalanes son colectivistas; son los castellanos fanáticos, los catalanes, tolerantes; son los castellanos místicos y arrebatados, los catalanes son prácticos. Yo nunca he visto estas oposiciones ni estos contrastes, y no digo esto como patriota, sino como un hombre más o menos observador.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 75).
Un dibujo de Pío Baroja realizado por Ramón Casas.
Volvieron mis amigos a la carga y a reprocharme mi pereza. Yo decía: ¡Pero si mi oratoria no es brillante, ni original! Si no empleo más que lugares comunes, y he llegado a la gran vergüenza de decir: Yo entiendo, señores, como los diputados de la mayoría. ¿Para qué voy a hablar? ¿Llevo yo dentro algún sermón de la Montaña, como Cristo? ¿Yo soy un Séneca o un Pedro Corominas, un Gladstone o un Bertrand y Musitu? No; por eso no quería hablar. Pero me han pedido tantas veces que dijera algo que, al último, he tenido que ceder para no parecer terco, y en el salón del hotel me he puesto a escribir estas cuartillas y a hilvanar unas cuantas vulgaridades acerca de Barcelona.
Yo lo siento por vosotros, porque os vais a sentir defraudados, os vais a aburrir, pero acordaos de que hoy es día de Viernes Santo, día de ayuno y de abstinencia de carne, y que no está mal el mortificarse un poco. Tomad, pues, mis palabras escritas por una vigilia, por algo así como espinacas espirituales y consideradlas como una pequeña mortificación propia de Semana Santa.
No tengo embotellado nada para soltarlo entre vosotros, no tengo ningún libro en mi maleta; no puedo consultar nada: ni apuntes, ni periódicos, ni revistas; todo mi equipaje se reduce a unos cuantos cuellos y puños postizos, ya usados, y a un reloj de bolsillo, que tiene el minutero torcido y que me daría mucho que hacer para averiguar la hora, si mi reloj tuviese la humorada de andar. Afortunadamente, no anda. Se me cayó hace un año en la Plaza de San Pedro, de Roma, y desde entonces está parado, con una consecuencia extraordinaria. Así que, más que para saber la hora, lo llevo de lastre. Como digo, todo mi equipaje es este y unas cuantas ideas, más o menos arbitrarias, que tengo en la cabeza.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 72).
No sé si tenéis alguna opinión, buena o mala, acerca del que escribe estas líneas; si la tenéis, no intentaré yo modificarla; si no la tenéis, os diré que soy yo un hombre ingenuo y sincero, poco social, poco político y un tanto vago. Me dijo en un artículo Pompeyo Gener que yo era un ogro finés injerto en un godo degenerado; yo no me siento ni tan degenerado, ni tan finés, ni tan ogro; por ahora no me he comido ningún niño crudo, y me figuro que no llegaré a adquirir estas raras aficiones gastronómicas.
Yo me había opuesto a dar una conferencia aquí, porque, realmente no tengo grandes cosas que decir y, además, porque poseo un sentido pedagógico tan pequeño, tan poco confiado, que me impulsa a sospechar si todo el mundo tendrá razón, aunque todo el mundo defienda cosas distintas.
Estaba, pues, en la situación expectante y tranquila de un curioso; había convencido a mis amigos de que mi oratoria es, como dice La Publicidad de ayer, con gran exactitud, ni brillante ni original, sino llena de lugares comunes, de tópicos de mitin y de vulgares frases efectitas, cuando apareció un artículo en El Poble Català pidiendo que hable en el Ateneo y ejerza de ogro, diciendo desde allí cosas fuertes, si es que me atrevo a decirlas.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 71).
Carmen Forcadell, en la foto, como todos los políticos catalanes independentistas con cargos políticos, ofrecen la vergonzante imagen internacional de escupir en la mano de quien te da de comer, de quien te paga un sueldo mensual, de quien te proporciona, paradójicamente, ese mismo cargo: el Estado de España, a través de la «subordinada» Generalidad de Cataluña.
@l periodista Enric Juliana, con motivo de la presentación de un libro sobre la historia del catalanismo, @ Podemos Cataluña, @ Gemma Ubasart, @ Ciudadanos:
Excelente imagen sobre el hombre, el mono y el cerdo.
Con relación al interés parece lógico y práctico a primera vista que las regiones ricas se quieran separar de las pobres. Es un sentimiento egoísta, mezquino, pero muy natural. Quizá a la larga no sea tan práctico como parece. Lo sea o no lo sea, lo que no comprendo es que se odie a la región pobre y a sus habitantes por pobres. Esto será siempre una aberración, un sentimiento despreciable para un verdadero chapelaundi. (…).
En todos los pueblos del mundo la política produce un elemento ambicioso, arribista, bajo e inmoral. Político y chanchullero son sinónimos. (…)
Y si las gentes mezquinas que necesitan que España se disgregue están en mayoría, que se disguegue, que se separen las regiones unas de otras y se vaya cada cual por su lado, pero hagamos la despedida general más bien con una sonrisa que con una amenaza. Al fin y al cabo, por esto no se ha de hundir el mundo, ni la tierra de España ha de desaparecer en los mares.
Si las patrias y los templos se derrumbaran, no lloremos por ellos, pensemos que se levantarán otros mejores y que al fin y al cabo la patria del hombre es el mundo; y el mejor templo, la naturaleza.
Si hacemos esta disosiación sin muertes, asolamientos ni otros disparates y el hacerlo es un error más de los españoles, al menos si tenemos que reunirnos mañana de nuevo y no hay sangre de por medio no habrá tampoco un obstáculo grave para la unión.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 55).
Pío Baroja, en la cuarta entrega del nacionalismo, y siguiendo con su pragmatismo.
¿Así que no hay diferencia regional ninguna? -me preguntarán-. Sí, sí la hay, pero es una diferencia que apenas puede trascender a la política. Hay, no cabe duda, un matiz sentimental especial en cada región, pero este matiz se encuentra vagamente expresado en la poesía y en la música populares, en las costumbres; puede servir para informar una clase de literatura o de arte, pero no bastará para hacer leyes distintas.
Así un político catalán, castellano o vasco no se diferencian en nada, usarán todos las mismas ideas y los mismos lugares comunes; en cambio, un escritor y un músico se distinguirán.
Yo, por ejemplo, no siento hostilidad alguna para la gente del Mediterráneo, aunque me han acusado de esto los catalanes, pero tampoco tengo con sus escritores y artistas una hermandad espiritual.
A mí, en general, los escritores catalanes y todos los del Mediterráneo me aburren; me aburre Blasco Ibáñez, me aburre Salvador Rueda, me aburre también Ricardo León. Su obra entera me parece caligrafía pura.
Un pintor catalán me decía hace dos años en un café de Barcelona: «Cuando veo un tiempo como el de hoy, oscuro, lluvioso y triste me acuerdo de los libros de usted».
Y yo, que encontraba muy lógico lo que me decía, le contestaba:
-Yo cuando leo a los escritores catalanes me parece que estoy en el gabinete de un dentista.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 52).
Una reseña biográfica de Pío Baroja. Gracias al periodismo, Baroja fue un escritor viajado, una buena dosis contra el nacionalismo.
Julio César, que conocía muy bien a los pueblos, dijo a los españoles unas frases muy severas después de la batalla de Munda.
«Habéis aborrecido siempre la paz de tal manera, que nunca pudo el Pueblo Romano dejar de tener entre vosotros las legiones. Los beneficios los recibís como injurias y estimáis por favores los agravios. Así, jamás habéis podido conservar ni la concordia en la paz ni el valor en la guerra».
Aun descontando la irritación de César, yo me temo que en estas palabras severas haya un gran fondo de verdad.
Por lo menos, la concordia en la paz bien claramente se ve que no la sabemos conservar.
Si se llega a establecer la autonomía de Cataluña a disgusto de los demás españoles, es de temer que éstos vayan hasta la ruina con tal de perjudicar a los catalanes, y los catalanes, a pesar de ser comerciantes y prácticos, hagan cualquier absurdo para mortificar a los castellanos.
Es así la raza: fácil para la saña, para la venganza, como es fácil también para el entusiasmo y la cordialidad. ¡Qué obra la de los catalanistas y los bizkaitarras! ¡Excitar el odio interregional, fomentar el kabilismo español ya dormido! ¡Qué pobreza! ¡Qué miseria moral! ¡Qué fondo de plebeyez se necesita para emprender esa obra!
Esas gentes que llevan barretina, que es como un calcetín puesto en la cabeza, o esos vascongados de Bilbao, que gastan una boina tan pequeña que parece un solideo, no pueden discurrir como nosotros. Son chapelchiquis.
Hay que tener en cuenta que el insultarse no es necesario ni aun para la separación. Los noruegos no necesitaron insultar a los suecos para separarse de ellos; pero estos eran chapelaundis.
Cierto que un escritor como Maragall reaccionó contra esta tendencia y ensalzó a todas las regiones de España; pero en sus versos laudatorios se notaba en el fondo la política.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 39).
Pío Baroja: «Es que la verdad no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices» (aquí no se nos escapa otro pecado del nacionalismo)
Enfrente de esta vanidad, de este deseo de figurar, está el español pasivo, perezoso, sin deseo, que no siente la gran necesidad de figurar en el mundo. Ante esta necesidad, el catalán se irrita. (…). Por extraño contraste, el catalán, que tiene más apetito de gloria que el castellano, no tiene una tradición tan gloriosa como éste, sobre todo para el resto del mundo.
Castilla y las provincias unidas a ella tuvieron la suerte en el pasado de producir sus hombres más ilustres y de realizar sus más altas empresas en el momento en que la luz del mundo se dirigía muy principalmente a ellas.
Después vino la penumbra de España, cosa natural, porque la Península no tiene la pasta mineral catalana necesaria para ser una gran nación, y su explendor tenía que ser un explendor pasajero. ¿Cómo luchar desde la modestia de nuestros medios económicos actuales con ese momento brillante que dejó en el mundo la impresión de algo definitivo?
La cosa es difícil y tiene que desanimar a quien la emprenda.
De aquí la acritud, la amargura de los catalanes al verse excluidos de unos hechos históricos definitivos e irremediables, y al comprobar que esos hechos deslucen los intentos modernos.
Esta es para mí la razón principal de que los catalanes no tengan amor por España. Se me dirá que la mayoría de los españoles tampoco tiene amor por Cataluña. Cierto. Esperar que unas regiones amen a otras, que unos individuos tengan cariño por otros, es una utopía para todo el que no sea un chapelaundi; pero al menos podíamos contentarnos con que el «Amaos los unos a los otros» fuese en la práctica: «Soportaos los unos a los otros».
Tampoco, sin duda, esto es posible ni en los individios ni en las regiones.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 36).
El nacionalismo vasco quiere basarse sobre la idea de la raza, así es de endeble y de raquítico. Es una teoría de chapelchiquis.
El que no tiene los cuatro apellidos vascos no es vascongado, según nuestros nacionalistas.
El nacionalismo y Pío Baroja (I)
Ya podemos los que no estamos en ese caso preparar la maleta para el momento en que triunfen los bizkaitarras. Lo extraño es que uno de los primeros que tendrá que largarse del país será uno de los jefes bizkaitarras: el Sr. Sota.
Los nacionalistas catalanes, más enterados que los vascongados y más cucos, no han hecho hincapié en esta idea de la raza: aquellos datos de los índices cefálicos del doctor Robert los abandonaron como una fantasía sin valor, y han ido a afirmar la nación a la manera que la afirmaba Renan, como un todo espiritual, con una idea, con un lenguaje y con una dirección.
Otros sostenes además de la raza tiene el nacionalismo, la religión, el idioma, la cultura, la historia, la simpatía y la antipatía, y, por último, el interés.
Hablaré de todo ello de una manera rápida, no desde el punto de vista político y práctico, sino desde un punto de vista espiritual literario chapelaundiano.
De todos estos factores del nacionalismo, para mí en el catalanismo y el vasquismo influyen, más que nada, la antipatía y el interés.
El catalán tiene una vanidad vidriosa, y le molesta y le irrita ser de un país, como España, que no figura hoy en el mundo. Ahí está el caso de la guerra actual. España no ha figurado, no ha tomado parte en el conflicto; los catalanes no podrán estar entre los aliados entre músicas, banderas y colgaduras. Esto le entristece al catalán, y ha llegado a creer que el resto de los españoles ha tenido la culpa, porque se acomodan a vivir sin brillo y sin fanfarria.
El catalán quiere ser interesante a toda costa. Así ha dicho Cambó: «Cataluña es el país más idealista y más romántico del mundo». Mañana dirá: «Cataluña es el país más realista y menos romántico del mundo», y se quedará tan tranquilo. Los hombres del «Debe» y «Haber» son así.
Fragmento perteneciente al libro de Pío Baroja, Momentum catastrophicum (pág. 34).
Sí, Pablo Iglesias con la cabeza gacha (!) (desolación) (pijillo arrugado).
Efectivamente, dadas tus altas miras devoradoras, Pablo Iglesias, bonito de cara, Sr. Ínfulas, me alegro del patadón que has recibido en el culo. Aprende, novato. Con mucha esperanza en TU cambio, A.G.A.
P.D. ¿Ves lo que pasa por ser permisivo con el nacionalismo-catalán-independentista-excluyente, Pablo? Si el nacionalismo catalán le hubiera costado a TU bolsillo 125.000 euros (ciento veinticinco mil euros), como a mí (exclòs, manca català), OTRO GALLO TE CANTARÍA, chico guay.
Efectivamente, sobre el tema Cataluña-España, ¿algo más de la mitad de Cataluña, la Cataluña no independentista, tiene que verse obligada a algo parecido a una petición de amparo al Gobierno de España?
Como he dicho en Twiter hace un instante (ver más abajo), en los años 90 el nacionalismo catalán me atropelló, me dejó prácticamente KO, casi marginado socialmente. Como yo era uno más de la gente de a pie, y mi caso era un caso muy particular (el mismo que el de unos cuantos centenares), ni siquiera pensé en la necesidad de pedir amparo al Estado, al Gobierno de España. Qué gracia. Hoy, con la vida absolutamente resuelta, veo que el nacionalismo catalán atropella, nada menos, que al Estado, al Gobierno de España, utilizando la triquiñuela que le otorga el poder de un parlamento autonómico (con mayoría de escaños, no de votos, que es, redondeando al alza, de un 48 %), un parlamento que actúa violentando su propia ley (de ahí el adjetivo «sedicioso»). Sería impensablemente ridículo que el Estado, el Gobierno de España, se pida amparo a sí mismo por el atropello del nacionalismo catalán. Estoy completamente seguro de que el Estado, de que España, un país absolutamente serio y consolidado, ejercitará la Ley, actuará con la Ley en la mano, y dará todos los pasos necesarios que se esperan de un país normal, sin ni siquiera despeinarse el flequillo.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.