Respuesta a Jordi Juan, de La Vanguardia, sobre la independencia de Cataluña

El artículo de Jordi Juan, completo, aquí.
Empecemos con un lema:
Por las buenas, todo; por las malas, nada.

Dices:
«La tentación de llegar hasta el final y declarar la independencia en base a los resultados del 1-O es muy grande. Dos almas conviven en el seno del Govern. Hay quien opina que no se puede parar: “La gente que literalmente se ha partido la cara y se ha jugado el físico para ir a votar, que se ha enfrentado a la Policía y a la Guardia Civil, no entendería que ahora renunciáramos a la independencia. No hemos llegado hasta aquí para nada”».

Efectivamente, esa alma, de las dos que conviven en el seno del Govern, tiene toda la razón.  El independentismo, arriesgando el físico de niños de cinco años de edad, por poner un ejemplo, para realizar un acto ilegal, prohibido por el Tribunal Constitucional, no solo no entendería la renuncia a la independencia ahora, tan lejos en el camino, sino que se sentiría manipulado y engañado por sus líderes del Govern, con lo cual, renunciaría a volver a prestar su apoyo incondicional a la independencia de Cataluña, aseverando, sin temor a equivocarse, que sus líderes, como niños, no han pasado de propinar una rabiosa pataleta infantil.

Dices, sobre la otra alma:
«Y hay quien defiende lo contrario: “Si declaramos la independencia, el Gobierno ya no tendrá excusas para imponer el Estado de excepción, suspender la autonomía y detener a todos los miembros del Govern. ¿Y qué hemos de hacer? ¿Sacar a la gente a la calle para que haya un drama? ¿Hemos de poner muertos encima de la mesa para que Europa se tome en serio el problema de Catalunya?”».

Efectivamente, si mañana martes el Govern declara la independencia, de cualquier manera imaginable, se verá claramente que ha cometido otro acto ilegal, porque el Estado, como consecuencia, posiblemente imponga en el acto el Estado de excepción, a lo mejor suspende la autonomía y detiene, o retiene, como ya ha hecho con otros, a todos los miembros del Govern. Por supuesto, las preguntas que, a continuación, se hace esta alma de las dos que conviven en el Govern, son muy pero que muy perversas, al hablar de muertos ajenos a ellos mismos. Como si la gente, su masa independentista, no fuese personas, sino marionetas, los mueve a la calle, al drama, a la muerte, para que  Europa se tome en serio el problema de Cataluña. ¡Pero qué estupidez! ¡Independentistas, despertad! En Europa saben perfectamente que los muertos catalanes no son más guapos que los muertos del resto de España, del resto de Europa, del resto del mundo. En Europa saben que los presuntos muertos catalanes habrían muerto defendiendo un acto ilegal. En Europa hacen suyo este lema: Por las buenas, todo; por las malas, nada: legalidad. 

Tanto los independentistas como los no independentistas sabemos que no estamos viviendo en la generación de nuestros padres y abuelos, una etapa histórica plagada de miseria, de abuso y de analfabetismo. Todos sabemos que vivimos, hoy, en la sociedad del bienestar. ¿Rebeldes sin causa? Todos los que queramos, pero sin arriesgar nuestras vidas.

Dices, como conclusión:
«La mejor solución sería contarnos y convocar elecciones autonómicas. Esto daría tranquilidad al mundo económico, frenaría cualquier intento del Gobierno central de intervención de la autonomía, y facilitaría las vías de mediación que se han puesto en marcha (algunas con posibilidades de éxito). No serían unas elecciones autonómicas como las últimas porque esta vez el mundo sí que está mirando a Catalunya y el independentismo está en condiciones de sacar un resultado muy contundente después del impacto emocional que ha supuesto el 1-O».

Te equivocas, tu perspectiva anda desenfocada, puesto que no cuentas con la jurisprudencia que ha provocado el independentismo catalán y únicamente te basas en apelar a los sentimientos, al impacto emocional, sin recordar que el romanticismo solo es válido en la literatura, no en la vida. El independentismo catalán ha desbordado, ya, sin que haya muertos, todo el aguante del Estado. Las elecciones autonómicas no pueden regirse de la misma manera: entraríamos en un bucle, volvería a repetirse todo. La independencia de Cataluña no puede volver a formar parte del progama de ningún partido político autonómico. Entramos en otra etapa política en España, debido a que el mundo entero ha visto hasta dónde llega el independentismo catalán, el nacionalismo catalán: devora a quien no comparte sus ideas, excluyendo al otro, incluso en su propio Parlament.