Es la mañana de un sábado, la mañana del 17 de diciembre. Son las ocho menos cuarto, y con bocanadas de aire frío en la calle. El viejo profesor, tras sentarse en el sofá de su casa, habiendo encendido poco antes la estufa y el portátil, nota su conocido ensanchamiento de caderas después de varias horas de amor entusiasta.
Fragmento perteneciente a las memorias noveladas de la serie El viejo profesor .
Conversación muy amena con los compañeros, en un ambiente muy apacible.
Sentimientos de nostalgia.
Y luego, la ermita de Bruguers, en Gavá, Barcelona, con la que tenía una cita en primavera.
Sé de buena tinta que su ábside es del siglo XIII; y su fachada, del XVI.
Bonitas vistas del Mediterráneo, desde las alturas.
Reencuentro, ayer, con mi corrillo universitario tras casi quince años de ausencia, un corrillo en su inmensa mayoría femenino, al que he acudido invitado por el único gallo de aquel gallinero, mi buen colega David. Comilona en una casa rural de Cardedeu. Y Granollers como remate, con una sentada en la plaza del Ayuntamiento, donde se encuentra La Porxada, un tejado del siglo XVI sostenido por columnas toscanas, un tejado que sirvió para cubrir el almacenaje de grano del momento, para prevenir y aliviar el hambre de las vacas flacas.
Jornada subordinada al contraste. Han acudido cinco de las seis mujeres convocadas. Así que por un imprevisto de última hora, ha faltado una del corrillo. Y he notado su vacío, puesto que hace quince años llenaba mis ojos con su pelo. Estupenda jornada subordinada al contraste. Eran cinco chicas cimbreñas hace quince años, que liquidaban con el cachondeo de su juventud sus veintitrés o veinticuatro años, que finiquitaban su etapa universitaria de Filología Hispánica. Ahora son todas mujeres hechas y derechas, con sus miras en la bonita carga de sus hijos. Antes, delante de mis ojos, sueltas por las aulas de la Universidad de Barcelona, con un excelente sentido del humor; ahora, delante de mis ojos, agarradas a unas criaturas en cuerpo y alma, en comilona, con un excelente sentido del humor. Una mano de ellas en la frente de una criatura de pecho, por detectar algo de calentura. Besos maternales en las criaturas. El niño que necesita ayuda para comer. Y su madre que se levanta a cada instante. La niña espigada que me mira fijamente. Los niños a los que la madre los conmina al silencio. Aquellas chicas estudiantes. Estas madres profesoras. Con sus rostros apenas transformados tras quince años. La jornada de ayer. Aquellas chicas. Estas madres. La eterna y amena conversación literaria con el amigo. Y con la brújula de mi interior haciendo aguas desde que salí del Llobregat.
Bonito reencuentro el de ayer, tras quince años de ausencia, con la juventud detenida de aquellas chicas en mi memoria, con la madurez detenida de las mismas chicas todavía muy fresca en mi retina.
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