Desprecios y recuerdos

La vida de Salvador almacenaba muchos desprecios, muchos rostros ácidos. La cara rota de la única mujer con la que estuvo casado se le aparecía la mayoría de las noches de invierno. En cuanto se acostaba, apagaba la luz y cerraba los ojos, solía florecer en sus párpados la cara desparramada de su esposa, aquella tez amoratada sobre un bordillo, toda la cabellera rubia jaspeada de sangre rojísima, sin vida. Entonces encendía la luz, contenía la respiración y entrecortadamente exclamaba: «Otra noche más». Pasadas varias horas, se dormía bajo las resonancias indelebles del bordillo, de la calamitosa furgoneta que se desvió un segundo, de la murmuradora maraña de la Rambla.

Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 12).

Mucha tristeza

La depresion

Desde que falleció su mujer, hacía siete años, se encontraba absolutamente espantado de la vida. Raro era el día que sus ojos se libraban del ahogo de las lágrimas. Pensaba de sí mismo que era un pobre hombre. Tenía la convicción de que se estaba convirtiendo en una verdadera piltrafa, entumecida por el miedo y la pestilencia de la derrota.

Fragmento perteneciente a la novela titulada El solitario (pág. 11).